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E S
2012
38
un año en dar una vuelta alrededor del Sol. Pero nosotros ya no envejecemos.
El paso del tiempo ha dejado de ser una experiencia fisiológica
para mí.
Cuando los cohetes despegaron de sus lanzaderas orbitales, yo todavía
estaba en la superficie de la Tierra. Durante años, las potencias
tecnológicamente más desarrolladas y económicamente más pujantes,
se afanaron por colocar satélites militares en las órbitas restringidas.
Llenaron el cielo de cabezas nucleares y esperaron a que Teris estuviera
a unas diez veces la distancia de la órbita lunar. Recuerdo la expectación.
Recuerdo los últimos destellos de esperanza. Tengo grabadas
aquellas imágenes que periódicamente enviaban los telescopios espaciales
cada vez que una nueva oleada de ojivas partía hacia el asteroide.
«Esta vez son de los americanos» decía la gente, «esta vez no fallarán».
Pero ni los misiles americanos, ni los rusos, ni los chinos, ni ninguno
de los demás conseguían hacer poco más que arrancar astillas de la
piel de Teris. Una vez tras otra, las detonaciones nucleares arrancaban
pedazos del gigante, pero de ningún modo conseguían reducirlo a niveles
inofensivos.
Fue cuando todo empezó a desmoronarse. Por primera vez se sentía
el miedo en el ambiente. Las sectas organizaban diariamente suicidios
en masa, el caos se adueñó de las ciudades y el toque de queda nos
arrinconó en nuestras casas. Las autoridades sanitarias nos convocaron
a toda prisa. El programa de prótesis craneales había concluido y nos
hicieron pasar por los hospitales para extraernos los asistentes. ¿Por
qué tanto interés en aquellos aparatitos? ¿Por qué no concentrar todos
los recursos posibles en un plan de emergencia para minimizar los efectos
del meteorito?
Mi último recuerdo biológico se forjó cuando perdí el conocimiento en
aquel quirófano rodeada de médicos. Sus batas, sus guantes y sus mascarillas
verdes me produjeron frío.
Y cuando desperté, no podía creer dónde estaba. No podía creer qué
era yo. Entonces comprendí cuál había sido el plan de emergencia; entonces
entendí hasta qué punto yo había formado parte del plan B».
Fuimos todo lo que la humanidad pudo salvar de sí misma. Nuestro
transbordador despegó del cosmódromo unas horas antes de la llegada de
Teris. No tuvimos elección, no fuimos preguntados. Ante la imposibilidad