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I BUDISMO - Web del Profesor

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Budismo y dzogchén 33<br />

De hecho, según la teoría cíclica de la evolución y la historia humanas que el<br />

budismo tántrico y dzogchén 68 comparten con una serie de otros sistemas de pensamiento,<br />

tanto <strong>del</strong> Oriente como de Grecia y Roma, el error llamado avidya o marigpa y la falta de<br />

sabiduría sistémica que le es inherente se han ido desarrollando desde tiempo inmemorial.<br />

Su desarrollo ocultó la verdadera naturaleza <strong>del</strong> universo, cuyo flujo espontáneo había<br />

imperado en la Edad de Oro o Era de la Verdad, poniendo fin a dicho período; impulsó<br />

luego el proceso de degeneración que siguió su curso durante las eras siguientes, y, al final<br />

de la Edad de Hierro o Era de la Oscuridad (en el que nos encontramos actualmente), ha<br />

provocado la gravísima crisis ecológica que nos ha llevado al borde de nuestra extinción,<br />

reduciendo ad absurdum el error que se había estado desarrollando durante todo el ciclo<br />

evolutivo (kalpa). Esta reducción al absurdo, a su vez, nos brinda la oportunidad de superar<br />

dicho error y recuperar la sabiduría sistémica, lo cual haría posible la transición a una nueva<br />

Edad de Oro o Era de la Verdad.<br />

Para que la vigencia <strong>del</strong> budismo se aprecie claramente, encuentro conveniente<br />

explicar la crisis ecológica en términos de las cuatro nobles verdades: (1) La crisis<br />

ecológica es tan grave que, si todo sigue como va, la vida humana desaparecerá <strong>del</strong> planeta,<br />

probablemente en la primera mitad <strong>del</strong> siglo XXI. Mientras tanto, nuestra existencia se hará<br />

cada vez más miserable y un número cada vez mayor de seres humanos será incapaz de<br />

adaptarse al entorno, lo cual producirá altísimos niveles de stress, neurosis y psicosis, graves<br />

enfermedades y suicidios. (2) Hay una causa primaria de la crisis ecológica, que es la<br />

falta de sabiduría sistémica inherente a la avidya o marigpa que se encuentra en la raíz <strong>del</strong><br />

duhkha y que constituye la segunda noble verdad. Al sentirnos separados de la naturaleza y<br />

de los otros seres humanos, nos contraponemos a ellos e intentamos dominarlos,<br />

destruyendo los aspectos de la naturaleza que nos molestan y apropiándonos los que<br />

creemos nos producirán confort, placer y seguridad. Así aparecen el proyecto tecnológico<br />

de dominio de la naturaleza que ha destruido los sistemas de los que depende la vida, y las<br />

divisiones entre razas, naciones, Estados y clases sociales en la raíz de las injusticias y los<br />

conflictos. (3) Puede haber una solución a la crisis ecológica, que consistiría en la erradicación<br />

de su causa primaria —el error llamado avidya o marigpa— y de sus causas secundarias<br />

—el proyecto tecnológico de dominio de la naturaleza y de los otros seres<br />

humanos, la explotación y la profunda desigualdad política, económica y social —. (4) El<br />

sendero budista puede erradicar las causas de la crisis ecológica e instaurar una era de<br />

armonía comunitaria basada en la sabiduría que nos libera <strong>del</strong> afán de obtener cada vez más<br />

conocimiento manipulador y que nos permite utilizar benéficamente el que ya poseemos.<br />

La avidya o marigpa es, pues, una <strong>del</strong>usión no muy diferente de las que los<br />

psiquiatras describen como resultado de la observación de sus pacientes psicóticos. En el<br />

budismo se cuenta la fábula de un rey a quien un famoso astrólogo le predijo la caída de<br />

una lluvia que contaminaría la totalidad de los depósitos de agua <strong>del</strong> reino, enloqueciendo a<br />

quienes bebiesen de ellos. El rey avisó a sus ministros y súbditos, de modo que cada uno<br />

preparó una provisión de agua bien tapada; ahora bien, los súbditos, menos pudientes,<br />

acabaron rápidamente sus raciones y tuvieron que beber el agua que enloquecía. Puesto que<br />

el rey y los ministros no se comportaban como quienes habían bebido el agua<br />

enloquecedora, el pueblo concluyó que habían enloquecido. Cuando los ministros acabaron<br />

sus raciones y bebieron el agua que enloquecía, al pueblo le pareció que ellos se habían<br />

normalizado y que sólo el rey seguía estando loco —y, desde ese momento, también los<br />

68 rDzogs-chen.

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