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camente, precozmente crecido, adulto; hace un<br />
momento tan quejumbroso y meditabundo, se mantenía<br />
ahora ante nosotros, esbelto, de talla fina, y, consciente<br />
de su misión, retomaba la causa humana diferida<br />
un instante, continuaba el proceso perdido ante el<br />
tribunal del firmamento donde se dibujaban con signos<br />
de agua las curvas y los perfiles de los instrumentos,<br />
fragmentos de llaves, liras y cisnes inacabados, 1 imitativo<br />
comentario maquinal de las estrellas al margen de<br />
la música.<br />
El señor fotógrafo, que desde hacía algún tiempo nos<br />
lanzaba miradas de inteligencia, vino finalmente a sentarse<br />
a nuestra mesa trayendo su jarra de cerveza.<br />
Nos dirigía sonrisas equívocas, luchaba con sus propios<br />
pensamientos, hacía tamborilear los dedos, perdía<br />
sin cesar el hilo de la situación. Sentíamos desde el<br />
primer momento cuánto había allí de paradójico. Ese<br />
campamento improvisado en el restaurante bajo los<br />
auspicios de las estrellas lejanas caía irremediablemente<br />
en quiebra, se hundía de modo miserable, no<br />
pudiendo hacer frente a las pretensiones de la noche<br />
que crecían con desmesura. ¿Qué podíamos nosotros<br />
oponer a aquellos desiertos sin fondo? <strong>La</strong> noche aniquilaba<br />
la empresa humana que el violín trataba en<br />
vano de defender, ocupaba el lugar vacío, disponía sus<br />
constelaciones en las posiciones conquistadas.<br />
Veíamos el campamento de mesas en desbandada, el<br />
campo de batalla de servilletas y manteles abandonados<br />
que la noche franqueaba triunfal: la noche luminosa<br />
e incontable. Nosotros nos levantamos, mientras<br />
que, habiéndose adelantado a nuestros cuerpos, nuestro<br />
pensamiento corría ya tras el rumor de sus