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La Primavera - Bruno Schulz

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mismo en el sentido propio del término, apenas un<br />

doble alejado de su verdadera persona, muy disminuido<br />

y en un estado de profunda postración. Mas, si<br />

nos atenemos a los hechos, había que admitir que él<br />

era, digamos, su propio pariente, incluso quizás él<br />

mismo, en la medida en que eso era todavía posible<br />

tanto tiempo después de su muerte. Sin duda le era<br />

difícil, para esa resurrección en cera, entrar exactamente<br />

en su piel. A pesar de todo, se había necesariamente<br />

deslizado en él en esta ocasión algo nuevo,<br />

amenazador, algo extraño, que procedía de la locura<br />

del genial maníaco que había concebido, y eso sólo<br />

podía llenar a Bianka de terror. Si un hombre gravemente<br />

enfermo recuerda poco a aquél que ha sido<br />

antes, ¿qué decir de un resucitado a pesar de sí<br />

mismo? ¿Cómo se comportaba ahora frente a ese<br />

ser salido de su sangre? Con una fingida alegría, forzando<br />

la nota, representaba su comedia de emperador-bufón,<br />

sonriente y soberbio. ¿Había sido llevado a<br />

tanta simulación como consecuencia de las miradas<br />

que le echaban en ese hospital las figuras de cera<br />

donde vivían todos bajo la amenaza de los rigores del<br />

asilo, tenía tanto miedo de los vigilantes que lo espiaban<br />

desde todos los rincones? Penosamente salido<br />

de una locura, propia, curado y finalmente salvado,<br />

¿temía ser precipitado de nuevo en el desorden, en<br />

el caos?<br />

Cuando mi mirada se encontró de nuevo con Bianka, vi<br />

que había ocultado su rostro en un pañuelo. <strong>La</strong> institutriz<br />

le rodeaba los hombros con un brazo, sus ojos de<br />

esmalte, vacíos, brillaban. Yo no podía soportar más el<br />

dolor de Bianka, los sollozos me oprimían la garganta,<br />

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