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clada con las semillas de los granos que se esparcen<br />
en el aire, con los pólenes oscuros y las mariposas nocturnas<br />
de terciopelos silenciosos que sobrevuelan las<br />
paredes al ritmo de pánicos inaudibles. <strong>La</strong>s espesuras<br />
arboladas de los tapices se erizan de angustia, a través<br />
de las hojas de plata se deslizan pavores letárgicos,<br />
éxtasis, estremecimientos y terrores que colman la<br />
noche de mayo más allá de los márgenes de la medianoche.<br />
Su fauna de cristal, plancton ligero de mosquitos,<br />
me envuelve mientras que me inclino sobre mis<br />
papeles, intercala en el espacio su blanco bordado<br />
espumeante y precioso que la noche sigue tejiendo<br />
más allá de la medianoche. Saltamontes y efímeras,<br />
mariposas nocturnas de cristal, finos monogramas,<br />
arabescos imaginados por la noche, vienen a posarse<br />
sobre las páginas, cada vez más grandes y fantásticos,<br />
tan grandes como murciélagos, como vampiros,<br />
hechos del aire y la caligrafía. Por el visillo filigranea<br />
ese sensitivo bordado, invasión silenciosa de una blanca<br />
fauna imaginaria.<br />
Una noche así, que ignora sus propios límites, hace<br />
que la noción de espacio pierda su sentido. Rodeado<br />
por esa danza como de derviches giradores de los<br />
insectos, con un fardo de papeles ya analizados bajo el<br />
brazo, doy algunos pasos en una dirección indeterminada,<br />
hacia el callejón sin salida de la noche cerrada<br />
por una puerta blanca, la puerta de la habitación de<br />
Bianka. Muevo el picaporte y entro en su casa como si<br />
pasara de una pieza a la otra. A pesar de eso, en el<br />
momento de franquear el umbral, los bordes de mi<br />
sombrero negro de carbonario 39 golpean contra el<br />
viento de una larga caminata, la seda de mi corbata