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XXVIII<br />
Los acontecimientos se suceden con una rapidez vertiginosa.<br />
El padre de Bianka ha llegado. Me encontraba<br />
parado en la esquina que hace la calle de las Fuentes<br />
con la del Escarabajo, cuando vi pasar una limusina brillante,<br />
abierta, de carcasa ancha y plana como una<br />
concha. Dentro de la gran concha de seda vi a Bianka,<br />
recostada, en vestido de tul. El borde vuelto de su sombrero<br />
sujeto por una cinta anudada bajo el mentón<br />
arrojaba una sombra sobre su perfil delicado. Casi<br />
desaparecía entre la espuma blanca de su vestido. A<br />
su lado estaba sentado un personaje que vestía una<br />
levita negra y un chaleco de piqué blanco en el que brillaba<br />
una pesada cadena dorada, adornada con multitud<br />
de colgantes. Bajo el sombrero hongo –negro,<br />
ajustado hasta las orejas–, una cara gris, hermética y<br />
sombría, rodeada por gruesas patillas. Me estremecí<br />
al verlo. Ninguna duda era posible. Aquel hombre era<br />
el señor de V…<br />
Cuando el elegante carruaje pasó cerca de mí con un<br />
ruido amortiguado, Bianka le dijo algo a su padre que<br />
se volvió, dirigiendo hacia mí la mirada de sus grandes<br />
gafas negras. Tenía el semblante de un león gris sin<br />
crines.<br />
Bajo una intensa agitación emocional, perdiendo casi<br />
la razón, excitado por los sentimientos más contradictorios,<br />
exclamé: “¡Cuenta conmigo!…” y: “¡…hasta la última<br />
gota de sangre!…” y disparé al aire con la pistola<br />
que había sacado de un bolsillo interior.<br />
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