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XVIII<br />
Cuando a medianoche entran silenciosamente en la<br />
umbrosísima villa que se levanta entre los jardines, en<br />
la habitación blanca de techo bajo en la que hay un<br />
piano de cola negro y reluciente con todas las cuerdas<br />
enmudecidas, cuando a través del gran ventanal la<br />
noche se introduce como si lo hiciera por los cristales<br />
de un invernadero, noche pálida en la que cae una fina<br />
lluvia de estrellas –los vasos de las ramas del cerezo<br />
expanden su perfume amargo que flota sobre la cama<br />
blanca– entonces en la gran noche despierta circulan<br />
las angustias y el corazón habla en su sueño, y vuela y<br />
tropieza y solloza en la noche salpicada de rocío, luminosa<br />
y colmada de mariposas… Ah, cómo el amargo<br />
perfume del cerezo dilata la noche, y el corazón fatigado,<br />
agotado por sus felices carreras, quisiera dormirse<br />
un instante sobre una frontera aérea, sobre una<br />
arista estrecha, mientras que la noche discurre cada<br />
vez más pálida e inmaterial, completamente rayada<br />
por líneas y zigzags luminosos, y el corazón vuelve a<br />
delirar, se deja arrastrar en los asuntos complicados<br />
de las estrellas, apresuramientos sofocados, pánicos<br />
lívidos, sueños lunáticos, estremecimientos letárgicos.<br />
¡Ah, esos raptos y persecuciones de la noche, esas<br />
traiciones y murmullos, negros y timoneles, balaustradas<br />
de balcones y postigos nocturnos, vestidos de<br />
muselina y velos flotando en una enloquecida huida!…<br />
Finalmente, tras un breve eclipse, un momento de<br />
pausa negra y sorda, llega la hora en la que todas las<br />
marionetas están alineadas en sus cajas, todas las<br />
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