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Ese dominio de sí le da a Bianka su precoz experiencia,<br />
su conocimiento de las cosas. Ella lo sabe todo. Y su<br />
propia sabiduría, impregnada de una cierta tristeza,<br />
no la deja sonreír, su boca se cierra en una línea de<br />
belleza consumada, las cejas tienen un dibujo nítido y<br />
severo. No, ella no saca de su sabiduría ninguna inclinación<br />
a la indulgencia, a la relajación. Al contrario, a<br />
esa verdad a la que están atados sus ojos tristes, no<br />
le es posible –diremos– hacerle frente si no es con<br />
ayuda de una vigilancia tensa, observando estrictamente<br />
la forma. Hay en su tacto infalible, en su lealtad<br />
hacia la forma un mar de tristeza y de sufrimiento<br />
penosamente superados.<br />
Sin embargo, rota por la forma, se ha liberado de ella,<br />
victoriosa. ¡Pero al precio de qué sacrificio!<br />
Cuando camina –esbelta y derecha– ¿de dónde le<br />
viene ese orgullo que lleva con simplicidad al ritmo de<br />
sus pasos? ¿Es su propio orgullo, vencido, o el triunfo<br />
de los principios a los que se ha sometido?<br />
En cambio, cuando alza los ojos y nos mira con una<br />
mirada clara y triste, súbitamente lo sabe todo. Su<br />
juventud no le ha impedido adivinar las cosas más<br />
secretas, su dulce serenidad es apaciguamiento después<br />
de largos días de lágrimas y sollozos. Es por lo<br />
que sus ojos están circundados de ojeras, hay en ellos<br />
un calor húmedo, y su mirada, ignorando la dispersión,<br />
va derecha al objetivo.<br />
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