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La Primavera - Bruno Schulz

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los senderos de los jardines desnudos y soleados, limpiaba<br />

las calles tranquilas, largas y claras, barridas<br />

como los días de fiesta y que, también ellas, parecían<br />

esperar una llegada, todavía desconocida y lejana. El<br />

sol se dirigía lentamente hacia el equinoccio, ralentizaba<br />

su curso, alcanzaba la posición en la que debía detenerse<br />

en un equilibrio ideal, arrojando torrentes de<br />

fuego sobre la tierra desierta.<br />

Un soplo infinito recorría el horizonte en toda su extensión,<br />

disponía los setos y las avenidas a lo largo de las<br />

líneas puras de las perspectivas y se detenía al fin,<br />

sofocante, inmenso, para reflejar, en su espejo que<br />

abrazaba el mundo, la imagen ideal de la ciudad, fatamorgana<br />

sumida en su anfractuosidad luminosa. El<br />

universo se inmovilizaba un instante, sin aliento, ciego,<br />

queriendo entrar todo entero en esa imagen quimérica,<br />

eternidad provisoria que se abría ante él. Pero el<br />

segundo feliz pasaba, el viento rompía su espejo y el<br />

tiempo volvía a tomarnos en su posesión.<br />

Llegaron las vacaciones de Pascua, interminablemente<br />

largas. Liberados de la escuela, deambulábamos<br />

por la ciudad sin necesidad ni fin, sin saber aprovechar<br />

la libertad vacía, imprecisa, inutilizable. No encontrando<br />

nosotros mismos definición, esperábamos una<br />

del tiempo que, embrollado en miles de respuestas<br />

equívocas, tampoco él sabía encontrar.<br />

Se habían dispuesto ya las mesas en la acera delante<br />

del café. <strong>La</strong>s señoras con vestidos claros estaban sentadas<br />

y aspiraban el viento a pequeños tragos, como<br />

se degusta un helado. <strong>La</strong>s faldas flotaban, el viento les<br />

mordisqueaba el dobladillo como un cachorro furioso,<br />

las mejillas de las señoras se sonrosaban, el viento<br />

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