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20<br />
peaba en mi corazón al ritmo de esa marcha universal<br />
de todas las naciones. Rudolf hacía desfilar ante<br />
mis ojos batallones y brigadas, organizaba la parada<br />
con celo, con dedicación. Él, el dueño de ese álbum,<br />
se degradaba voluntariamente, descendía al rango<br />
de un ayuda de campo, recitaba su informe solemnemente,<br />
como un juramento, cegado y desorientado<br />
en su rol ambiguo. Finalmente, en un arrebato, empujado<br />
por una magnanimidad desmesurada, colocó en<br />
mi pecho –como si se tratara de una medalla– una<br />
Tasmania rosa, resplandeciente como el mes de<br />
mayo, y un Hajdarabad plagado de alfabetos extraños,<br />
entrelazados 7 .<br />
VI<br />
Fue en aquel momento cuando tuvo lugar la revelación,<br />
visión bruscamente descubierta, fue en aquel momento<br />
cuando llegó la buena nueva, mensaje secreto,<br />
misión especial de posibilidades incalculables.<br />
Horizontes violentos se abrieron por completo, feroces<br />
hasta cortar el aliento, el mundo brillaba y temblaba,<br />
se inclinaba peligrosamente, amenazando con<br />
romper las amarras de todas las reglas y todas las<br />
medidas.<br />
¿Qué es para ti, querido lector, un sello de correos? ¿Y<br />
qué el perfil de Francisco José I con su calvicie ornada<br />
por una corona de laurel? ¿No es el símbolo de la gri-