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La Primavera - Bruno Schulz

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28<br />

pecho ante cada horizonte, ante cada paisaje. No hubo<br />

nadie que corrigiera su error. Ni el mismo Aristóteles<br />

12 le comprendía. Y así murió, desencantado, después<br />

de haber conquistado el mundo entero, dudando<br />

de Dios que se le escapaba siempre, y de sus milagros.<br />

Su retrato ornaba las monedas y los sellos de todos<br />

los países. Para su castigo, se convirtió en el Francisco<br />

José I de su tiempo.<br />

XII<br />

Me gustaría darle al lector una idea, al menos aproximada,<br />

de lo que era entonces ese volumen en el que<br />

se ordenaban por adelantado los asuntos finales de<br />

esa primavera. Un viento inquietante pasaba por la fila<br />

de sellos, calle brillante decorada con blasones y banderas,<br />

desplegando emblemas resplandecientes que<br />

flotaban en un silencio inspirado, bajo la sombra amenazadora<br />

de las nubes surgidas en el horizonte.<br />

Después, en la calle vacía aparecieron repentinamente<br />

los primeros heraldos, en traje de gala, con brazaletes<br />

rojos, relucientes de sudor, turbados, convencidos<br />

de su misión, afanados. Solemnes, profundamente<br />

emocionados, daban señales silenciosas, y ya la calle<br />

se ensombrecía; de todas las calles transversales afluían<br />

comitivas taciturnas de manifestantes con un ruido<br />

crujiente de pasos. Era una enorme manifestación de<br />

todos los países, un Primero de Mayo universal, un

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