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ojos se empequeñecen ante la subida del placer cuando,<br />
retorciéndose como un lagarto bajo el cobertor,<br />
insinúa que yo he traicionado, yo, la misión más sagrada.<br />
Indaga atentamente mi cara palidecida con sus<br />
ojos dulces que súbitamente se ponen a bizquear.<br />
“Hazlo, murmura con insistencia, hazlo. Tú te convertirás<br />
en uno de ellos, en uno de esos negros…” Y, cuando<br />
lleno de desesperación, llevo un dedo a mis labios<br />
con gesto de súplica, una repentina maldad se dibuja<br />
en su cara. “Eres ridículo con tu fidelidad, tu misión.<br />
¡Dios sabe lo que te imaginas! Te crees indispensable.<br />
¿Y si hubiera elegido a Rudolf? Lo prefiero mil veces<br />
a ti, aburrido pedante. Ah, él me obedecería, me obedecería<br />
hasta el crimen, hasta borrarse a sí mismo,<br />
hasta aniquilarse…” Después, con un aire repentinamente<br />
triunfante, me pregunta: “¿Recuerdas a<br />
Lonka, la hija de la lavandera Antosia, con la que tú<br />
jugabas cuando eras pequeño?” Yo la miré asombrado.<br />
“Era yo, dijo sonriendo ahogadamente, sólo que en<br />
aquella época yo era un muchacho más. ¿Te gustaba<br />
e n t o n c e s ? ”<br />
Ah, en el seno de la primavera algo se rompe y se deshace.<br />
Bianka, Bianka, ¿también tú me decepcionas?<br />
XL<br />
Temo desvelar demasiado pronto mis últimas bazas.<br />
<strong>La</strong> apuesta es muy elevada como para correr tal ries-