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había pisado tantas veces. Mi corazón dejaba de latir<br />
acongojado ante la idea de que bajo el dintel de una<br />
puerta, en el balcón, apareciera su silueta esbelta en<br />
vestido blanco. Pero unos estores verdes, bajados,<br />
cerraban todas las puertas y ventanas. Ni el más leve<br />
ruido traicionaba la vida oculta de aquella casa. El cielo<br />
comenzaba a oscurecerse en el horizonte, se oían<br />
relámpagos lejanos. Ni el menor soplo en el aire tibio.<br />
En el silencio de ese día gris, sólo los muros de la villa,<br />
de una blancura de tiza, hablaban el lenguaje de su rica<br />
arquitectura, libre y ligera, que se expresaba en pleonasmos,<br />
en miles de variantes del mismo motivo. A lo<br />
largo de un friso corrían, a izquierda y derecha, en<br />
cadencias simétricas, guirnaldas en relieve; las mismas<br />
se detenían, indecisas, en los ángulos de la casa.<br />
Desde lo alto de la terraza central descendía una escalera<br />
de mármol, patética y ceremoniosa, rodeada de<br />
balaustradas y vasos que se separaban de prisa, y llegada<br />
al suelo, parecía retroceder con una profunda<br />
reverencia, recogiendo su vestido desplegado.<br />
Tengo un sentido del estilo particularmente agudo. Y<br />
aquel estilo me irritaba e inquietaba de una manera<br />
inexplicable. Su clasicismo ardiente, laboriosamente<br />
dominado, su elegancia aparentemente fría ocultaban<br />
estremecimientos indefinibles. Era demasiado<br />
ardiente, demasiado acerado. Una gota de un veneno<br />
desconocido lo había convertido en sombrío, explosivo<br />
y peligroso.<br />
Desorientado, temblando de emoción, recorrí con sigilo<br />
la parte frontal de la villa, espantando a los lagartos<br />
dormidos en la escalera.<br />
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