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tomahawks dispuestos sobre las paredes. Mi sensible<br />
olfato me permitió detectar el olor del curare. 38 En el<br />
momento en que manipulaba una especie de alabarda<br />
primitiva, le recomendé la mayor precaución, y, en<br />
apoyo de mi puesta en guardia, saqué súbitamente mi<br />
pistola. Un poco sorprendido, dejó su arma con una<br />
sonrisa desagradable. Nos sentamos en torno a un<br />
enorme escritorio de ébano. Rechacé el cigarro que<br />
me ofrecía alegando mi abstinencia. Tantas precauciones<br />
me valieron al fin su aprobación. Con el cigarro colgando<br />
de la comisura de sus labios, me observaba con<br />
una sombría benevolencia que me hacía desconfiar.<br />
Sacó un talonario de cheques y –hojeándolo con un<br />
aire de indiferencia– me propuso inesperadamente un<br />
compromiso, adelantando una cifra de múltiples ceros,<br />
mientras que me miraba de soslayo. Mi sonrisa irónica<br />
le hizo abandonar ese tema. Dejando escapar un<br />
suspiro abrió los libros de cuentas. Entonces comenzó<br />
a darme explicaciones sobre el estado de sus negocios.<br />
El nombre de Bianka no fue pronunciado ni una<br />
sola vez, aunque ella estuviese presente en cada una<br />
de nuestras palabras. Yo lo miraba sin protestar, con<br />
la misma sonrisa irónica aún en mis labios.<br />
Finalmente, agotado, se dejó caer en su sillón. “Usted<br />
es intratable –dijo como si hablara para sí mismo–,<br />
¿qué quiere usted, verdaderamente? Yo me puse a<br />
hablar con una voz sofocada, con un fuego contenido.<br />
Sentí que mis mejillas enrojecían. Repetidas veces pronuncié<br />
el nombre de Maximiliano y me di cuenta que a<br />
cada instante la palidez de mi interlocutor se acentuaba.<br />
Me contuve al fin, respirando entrecortadamente.<br />
Él, abatido, permanecía inmóvil. Ahora ya no vigilaba su