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todos los lados, el vicio de ofrecerse en representación,<br />
que los sostenía en ese último esfuerzo. Deberían<br />
estar ya en la cama, después de haber tragado una<br />
cucharada de medicamento, envueltos entre las sábanas<br />
frías, y con los ojos cerrados. Era un abuso obligarles<br />
a permanecer hasta tan tarde en sus zócalos y<br />
sillas sobre las que se mantenían rígidos, con los pies<br />
enfundados en zapatos de charol, infinitamente distantes<br />
de su vida de antaño, completamente privados de<br />
memoria. Desde que abandonaron la casa de locos,<br />
donde permanecieron un cierto tiempo como en el<br />
purgatorio, considerados como maníacos, antes de<br />
traspasar el último umbral de su boca colgaba, como<br />
la lengua de un estrangulado, su último grito. No, esos<br />
no eran los Dreyfus, los Edison ni los Lucceni completamente<br />
auténticos, sino en una cierta medida simuladores.<br />
Quizá eran en efecto locos cogidos en flagrante<br />
delito, en el momento mismo en que esa deslumbrante<br />
idee fixe los había poseído, o su locura era verdad;<br />
hábilmente aislada, pura como un elemento y ya inmutable,<br />
se convirtió en el pivote de su nueva existencia.<br />
Desde entonces, sólo tenían ese único pensamientoexclamación<br />
en la cabeza y se apoyaban en él, con un<br />
pie en el aire, petrificados en pleno vuelo.<br />
Pasando de un grupo al otro, con una creciente ansiedad<br />
lo buscaba con la mirada. Finalmente lo encontré;<br />
no vestía el impecable uniforme de almirante de la flota<br />
levantina, que llevaba en el momento de abandonar<br />
Toulon en “Le Cid,” ni tampoco el uniforme verde de<br />
general de caballería, que se ponía habitualmente al<br />
final de sus últimos días. Estaba vestido con una simple<br />
levita de largos faldones plisados, pantalón claro,