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rrumpa la lectura. Ella me deja exponer cada problema<br />
bajo todos sus aspectos, demostrar todos los pros y<br />
los contras, después, alzando los ojos, parpadea, con<br />
un aire un poco ausente, y zanja rápido el asunto,<br />
superficialmente pero con una precisión asombrosa.<br />
Atento a cada una de sus palabras, escucho ardientemente<br />
el tono de su voz con el fin de descubrir su<br />
intención oculta. Entonces le presento humildemente<br />
los decretos, los firma, y sus pestañas arrojan largas<br />
sombras sobre sus mejillas, después me observa con<br />
leve ironía cuando yo los rubrico.<br />
Es posible que la avanzada hora –pasada la medianoche–<br />
no favorezca la concentración en los asuntos de<br />
Estado. Superada la última frontera, la noche entra en<br />
una cierta relajación. Mientras conversamos, la ilusión<br />
de la pieza se difumina cada vez más, estamos realmente<br />
en el bosque: matas de helechos invaden todos<br />
los rincones, justo detrás de la cama brota una pared<br />
de maleza, móvil, enredada. De esa pared frondosa<br />
surgen –con las reverberaciones fulgúreas de la lámpara–<br />
ardillas de grandes ojos, picos y criaturas nocturnas;<br />
estáticas, miran el espacio luminoso con ojos<br />
saltones. A partir de un cierto momento, entramos en<br />
un tiempo ilegal, en una noche incontrolada, culpable<br />
de todos los excesos, de todas las fantasías. Lo que<br />
ocurre es inesperado, fútil, teñido de infracciones<br />
imprevisibles. Sólo a eso puedo atribuir el cambio<br />
extraño que se produjo entonces en el comportamiento<br />
de Bianka. Ella, siempre tan seria y dueña de sí<br />
misma, personificación de una bella disciplina, se vuelve<br />
caprichosa y obstinada, de reacciones sorprendentes.<br />
Los papeles están diseminados sobre la gran