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Dios en el mundo

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zar primero a María, la sitúa de nuevo <strong>en</strong> su lugar, y <strong>en</strong>tonces<br />

aparece como la mujer sin más, como <strong>el</strong> arquetipo<br />

de la Iglesia suplicante que después puede pedir, como la<br />

propia María, la anticipación de su hora. Así pues, éste es<br />

un texto muy profundo sobre <strong>el</strong> que hay que meditar y decir<br />

mucho.<br />

Para desc<strong>en</strong>der por un instante de estas alturas teológicas,<br />

me gustaría intercalar un pequeño <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro que me proporcionó<br />

atisbos de esa imag<strong>en</strong> de María. Recuerdo bi<strong>en</strong><br />

una visita al santuario de Altótting <strong>en</strong> Baviera. Hacía frío<br />

y crucé la gran plaza <strong>en</strong> dirección a la famosa capilla milagrosa,<br />

ha pequeña estancia estaba abarrotada de g<strong>en</strong>te.<br />

Había v<strong>el</strong>as <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas por doquier, y <strong>el</strong> ambi<strong>en</strong>te era un<br />

tanto t<strong>en</strong>ebroso. En la capilla casi no había más que mujeres.<br />

Rezaban juntas, y, como es natural, cantaban también<br />

sus dulces canciones a María: «Salve Regina, mater misericordiae»<br />

(Salve, oh reina, madre de la misericordia).<br />

Al principio uno se s<strong>en</strong>tía algo extraño y distanciado,<br />

pero las canciones eran muy tiernas: «A ti suspiramos, afligidas<br />

y llorosas <strong>en</strong> este valle de lágrimas». Y curiosam<strong>en</strong>te,<br />

de pronto <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dí muy bi<strong>en</strong> a esas mujeres. Aqu<strong>el</strong>lo sonaba<br />

de lo más auténtico y hermoso, y t<strong>en</strong>ía la virtud de conmover<br />

de veras <strong>el</strong> corazón y de liberar s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de dicha.<br />

Allí se s<strong>en</strong>tía una especie de fuerza curativa surgida de<br />

antiquísimas formas de oración y de b<strong>en</strong>dición. «Tú no estás<br />

solo», decían esos hermosos s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. «Hay algui<strong>en</strong><br />

contigo que te conoce. Que te quiere. Que te compr<strong>en</strong>de. Y<br />

que, cuando las cosas de verdad vi<strong>en</strong><strong>en</strong> mal dadas, te apoya<br />

con lealtad.»<br />

Bu<strong>en</strong>o, tuve la s<strong>en</strong>sación de que era un l<strong>en</strong>guaje que no<br />

sólo acertaba a las personas directam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus puntos débiles,<br />

sino que al mismo tiempo, como su<strong>el</strong>e decirse, las ungía.<br />

Acaso <strong>en</strong> la adoración a María se manifieste también<br />

una resist<strong>en</strong>cia a una evolución eclesiástica que quiere de-<br />

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sembarazarse o se ha desembarazado ya de gran parte de la<br />

santidad de la fe y de su mística. ¿Es eso casi una forma de<br />

protesta piadosa de la g<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>cilla contra la r<strong>el</strong>igión<br />

de los catedráticos?<br />

Creo que cabría formularlo así. La figura de María ha conmovido<br />

de manera especial <strong>el</strong> corazón de la g<strong>en</strong>te. El corazón<br />

de las mujeres por una parte, que se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> compr<strong>en</strong>didas<br />

y muy cercanas a <strong>el</strong>la, pero también <strong>el</strong> de los<br />

hombres que no han r<strong>en</strong>egado de sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos hacia la<br />

madre y hacia la virg<strong>en</strong>. La mariología hace latir <strong>el</strong> corazón<br />

de la cristiandad. Aquí, las personas experim<strong>en</strong>tan <strong>el</strong><br />

cristianismo como la r<strong>el</strong>igión que proporciona confianza,<br />

seguridad. Y esas oraciones tan primitivas, tan s<strong>en</strong>cillas,<br />

que han surgido de la piedad popular y no han perdido<br />

nunca un ápice de frescura ni de actualidad, las manti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

<strong>en</strong> su fe, porque gracias a la madre de <strong>Dios</strong> compr<strong>en</strong>d<strong>en</strong><br />

que la r<strong>el</strong>igión no es una carga, sino confianza y ayuda<br />

para superar la vida. Recordemos también todas las demás<br />

oraciones -«Madre amantísima, ampárame»-, <strong>en</strong> las que<br />

resu<strong>en</strong>a tanta confianza.<br />

De hecho, existe una especie de purismo cristiano, una<br />

racionalización, que puede producir un poco de frío. Como<br />

es lógico, <strong>el</strong> s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to necesita ser controlado y purificado<br />

una y otra vez, y <strong>el</strong>lo deberíamos <strong>en</strong>com<strong>en</strong>dárs<strong>el</strong>o a<br />

los catedráticos. La r<strong>el</strong>igión no puede deg<strong>en</strong>erar <strong>en</strong> mero<br />

s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo que pierda <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la realidad bajo<br />

los pies, que no sea capaz de reconocer la grandeza de<br />

<strong>Dios</strong>. Sin embargo, desde la época de la Ilustración -y hoy<br />

estamos inmersos <strong>en</strong> una nueva ilustración- experim<strong>en</strong>tamos<br />

una t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia tan masiva a la racionalización y al puritanismo,<br />

si me permite expresarlo así, que <strong>el</strong> corazón de<br />

las personas se opone a esta evolución aferrándose a la<br />

mariología.<br />

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