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La Caída del Dragón y del Águila - World Center of Humanist Studies

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Del abismo que crece mientras más la montaña se engrandece<br />

Lejos, a la provincia de Guangdong, en las antípodas sureñas de Beijing, fue Deng<br />

Xiao Ping en busca de una de las respuestas a su problema. Allí estaba el antiguo<br />

poblado de pescadores de Shenzhen, el cual fue escogido por el gobierno para otorgar el<br />

primer status de Zona Económica Especial. No lejos de allí había surgido, ciento treinta<br />

años antes, el germen revolucionario de la Rebelión Taiping. Quizás buscando el rastro<br />

histórico de aquella huella innovadora, pero mucho más interesado en los términos<br />

materiales que en los espirituales de la fuerte apuesta, fue que el anciano Deng – por<br />

entonces ya septuagenario – señalaba con esta medida administrativa, el rumbo por el<br />

que China caminó en los subsiguientes treinta años. Muy cerca de allí estaban<br />

Guangzhou (Cantón) y Hong Kong, símbolos <strong>del</strong> contacto comercial con el<br />

imperialismo. El Neoliberalismo llamaba a las puertas en los albores de la octava<br />

década <strong>del</strong> siglo XX y Deng le abría presurosamente.<br />

<strong>La</strong>s siguientes Zonas Especiales fueron elegidas no lejos de allí – dos en la misma<br />

provincia, una en la vecina provincia de Fujian y la otra en Hainan (literalmente “al sur<br />

<strong>del</strong> mar”), una isla situada en el punto más austral de China. <strong>La</strong> localización de estas<br />

zonas no era en absoluto fortuita, sino que apuntaba a absorber establecimientos fabriles<br />

desde las cercanas Hong Kong y Guangzhou (por entonces aún bajo soberanía foránea)<br />

y desde Taiwán. Por entonces, los puntos citados apuntaban ya a la producción de<br />

bienes con mayor componente tecnológico y el imán con el que China atraería al<br />

necesario capital foráneo sería irresistible: una masa fenomenal de trabajadores<br />

dispuestos a ser la avanzada de clase <strong>del</strong> ultracapitalismo en ciernes. Honor que les sería<br />

conferido por el sólo hecho de aceptar una paga de aproximadamente medio dólar por<br />

hora. Estudios más recientes indican que, casi tres décadas después, un empleado en la<br />

manufactura china recibe una paga que todavía no supera en promedio al 3% de lo que<br />

costaría una tarea similar en los Estados Unidos. Sin embargo, el “aumento” salarial ya<br />

ha situado al trabajador chino fabril en condiciones similares a sus pares filipinos o<br />

tailandeses.<br />

Por supuesto que la singular atracción que presentaba para el hambriento capitalismo<br />

la mano de obra a precio vil iba acompañada – como ya lo hemos comentado en otra<br />

parte de este trabajo – de importantes exenciones tributarias y otros beneficios. Sobre<br />

todo, el lograr insertarse en la increíble magnitud <strong>del</strong> mercado chino – aunque aún con<br />

poca capacidad adquisitiva - inflamaba proyecciones futuras fabulosas en las cabecitas<br />

de los pequeños hombres de negocio.<br />

De esta manera, la segunda generación de líderes chinos después de la Revolución no<br />

hacía sino acceder a medidas similares a aquellas que las potencias coloniales en su<br />

momento impusieron luego de su victoria sobre el imperio Qing en las Guerras <strong>del</strong><br />

Opio. El mundo <strong>del</strong> capital, feliz con la apertura, impasible ante la retórica socialista<br />

mientras su rédito siguiera aumentando, elogió el “gran milagro económico” chino. Una<br />

de las componentes <strong>del</strong> gran milagro consistía fundamentalmente en eso: aportar<br />

millones de baratos y diligentes trabajadores a empresas multinacionales con redes de<br />

comercio mundial dispuestas a engullir millones de horas-hombre para abaratar sus<br />

costos y vencer en la competencia global a quien osara discutirles comercialmente.<br />

Esta numerosísima fuerza de trabajo surgía por una parte <strong>del</strong> progresivo desguace de<br />

muchas empresas estatales, por otra de la transformación de una economía de relativa

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