La Caída del Dragón y del Águila - World Center of Humanist Studies
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… y Ancianos<br />
Con la aglomeración poblacional se modificaba nuevamente el espacio de las<br />
personas. Ya no era posible contar con la amplitud campestre, donde construir hacia lo<br />
alto era solamente reservado para el acopio de grano, de agua o acaso con el fin de<br />
iluminar el rumbo a los navegantes en las cercanías costeras. Junta, muy junta<br />
comenzaba a vivir la gente, separada por apenas treinta centímetros (en el mejor de los<br />
casos) de muro entre una intimidad y otra. De este modo, al tiempo que iba<br />
disminuyendo el proletariado, también iba menguando la “prole”, trastocándose<br />
radicalmente el mo<strong>del</strong>o familiar. Uno o dos hijos, es la descendencia tipo de la pareja<br />
urbana <strong>del</strong> moderno siglo XXI, cuyos hogares logran cada vez menos cohesión,<br />
disparándose sus fundadores al poco tiempo en direcciones diversas. <strong>La</strong> volatilidad y<br />
movilidad han encontrado terreno fértil también aquí, produciendo un tremendo<br />
Armagedon de inestabilidad en las relaciones humanas. Todo se conjura hacia la<br />
reducción de la natalidad y así lo convalidan las muestras y proyecciones estadísticas.<br />
<strong>La</strong> tasa bruta de nacimientos en el planeta en el período 1950-55 era de 37 por cada<br />
mil habitantes, reduciéndose casi a la mitad (unos 20 nacimientos cada mil personas) en<br />
el 2010. <strong>La</strong>s estadísticas consultadas nos muestran que seguirá decreciendo, al menos<br />
según estimaciones de orden relativamente mecánico, hasta llegar a sólo 13.4 nacidos<br />
por cada mil en el año 2050.<br />
Yendo nuevamente al detalle, en las regiones más prósperas ya se han alcanzado en<br />
la actualidad valores de natalidad de 11 por cada mil, produciéndose en las regiones<br />
menos favorecidas por el bienestar aún unos 35 nacimientos anuales por cada millar de<br />
habitantes. Ésta – como tantas – es una realidad paradójica. Aquellos que podrían<br />
brindar mejores condiciones en el inicio de sus vidas a mayor número de niños, no<br />
conciben concebirlos y los otros, quizás impelidos por necesidad o por menores<br />
conocimientos y posibilidades en el campo anticonceptivo, procrean casi tres veces más<br />
que los primeros.<br />
<strong>La</strong> misma terrible desigualdad hace desgraciadamente sus estragos en las<br />
poblaciones más pobres, llegando la mortalidad infantil (dentro de los primeros años de<br />
vida) a ser de 132 recién nacidos por cada mil, mientras en las regiones ricas sólo son 8<br />
los que no sobreviven en este período. No es posible continuar aquí con facilidad el hilo<br />
<strong>del</strong> relato sin clamar por urgentes cambios y necesaria compasión, en la cual este libro<br />
se enrola decididamente.<br />
Lo mismo sucede con la expectativa de vida al nacer: según los datos mundiales en el<br />
año 2010, mientras los habitantes de una nación económicamente fuerte vivirán – según<br />
las estadísticas – un promedio de 77 años, un nacido en el cuarto mundo estará<br />
condenado a una media de vida de unos 55 años solamente. De este modo, en aquellas<br />
poblaciones demográficamente más activas, las insuficientes condiciones de vida<br />
asesinan tempranamente a muchos. Pese a ello, la tasa de crecimiento poblacional es<br />
seis o siete veces mayor en lugares de mínimos recursos que en aquellos donde la<br />
opulencia ensordece las mejores aspiraciones humanas. Japón por ejemplo no logra ya<br />
equilibrar su mortalidad, siendo su tasa actual de crecimiento demográfico negativa por<br />
algunas décimas. En el África Subsahariana este indicador llega a 2.44, mientras que en<br />
Europa <strong>del</strong> Norte la tasa de crecimiento ronda los 0.5, sobre todo gracias al aporte que