La Caída del Dragón y del Águila - World Center of Humanist Studies
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Pero, al igual que en todas las ambiciones imperiales precedentes, el monstruo<br />
terminaba socavando al sistema que pretendía defender, fagocitando sus recursos. En su<br />
excesivo y extendido poderío reside la principal debilidad de todo imperio.<br />
Como la presión de impuestos sobre el propio pueblo tiene su límite en la poca<br />
paciencia de contribuyentes individuales sobreexigidos, como las corporaciones que<br />
acumulan enormes ganancias son poco propensas a ceder parte de ellas al erario<br />
público, entonces el Estado debía pedir préstamos para cubrir sus gastos. ¿Y quién no<br />
estaría gustoso de prestar a la triunfante <strong>Águila</strong> de barras y estrellas?<br />
De este modo, junto a otros varios mecanismos, los bonos <strong>del</strong> Tesoro norteamericano<br />
se convirtieron en una “inversión segura”, capitalizando así a la Reserva Federal (el<br />
banco central de EEUU), quien a su vez prestaba a bajo este interés este dinero a la<br />
banca privada, quien volvía a prestarlo nuevamente al Estado (a tasas más altas, claro).<br />
De este modo, para compensar en el corto plazo la diferencia entre ingresos y egresos<br />
llamada “déficit”, se aumentaba en el mediano plazo el agujero negro llamado “deuda”.<br />
Así llegó el <strong>Dragón</strong>, el demonio comunista de otras épocas a cooperar con el <strong>Águila</strong>,<br />
prestándole los ahorros que provenían de su superávit comercial.<br />
El <strong>Águila</strong> se había convertido en el país más endeudado <strong>del</strong> mundo, debiendo más de<br />
1.300 billones de dólares, algo así como sesenta mil dólares por cada uno de sus<br />
ciudadanos. Esa deuda – en gran parte alimentada por el gasto militar, el déficit<br />
estructural y abultada aún más por los salvatajes financieros - equivale al total de la<br />
impagable deuda externa que sostenía el tercer mundo en su conjunto en 1990, deuda<br />
que la condenaba al servilismo y la miseria.<br />
Es como si el garrote de dominación militar, política y económica empuñado por la<br />
administración norteamericana se hubiera transformado en un bumerang, golpeando hoy<br />
con fuerza a quienes entonces pretendían sojuzgar a otros a través de recetas donde se<br />
repetía pr<strong>of</strong>usamente la recomendación de “mantener el equilibrio de las cuentas<br />
fiscales”. Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.<br />
Pero volvamos al endeudamiento estadounidense y al gobierno chino: fuentes<br />
<strong>of</strong>iciales de EEUU calculan que el 66% de su deuda externa está en manos extranjeras.<br />
<strong>La</strong> mitad de este apreciable botín es compartido por China y Japón, casi en partes<br />
iguales. Así, los ahorros orientales han financiado el exceso consumista y los afanes<br />
guerreristas de los Estados Unidos.<br />
Aún así, el <strong>Águila</strong> insolvente debía salvar a su banca y disponer billones para ello,<br />
que sólo podía conseguir endeudándose más todavía.<br />
Recordamos que hasta hace muy poco tiempo, cuando algún gobierno o partido<br />
proponía mejoras sociales, el argumento capitalista por excelencia era preguntar de<br />
donde saldrán los recursos para invertirlos a favor <strong>del</strong> bienestar común, apuntando de<br />
ese modo al aparente flanco débil de toda intención redistributiva. En este caso, cuando<br />
se trataba de salvar a la banca privada, nadie preguntó tanto de donde saldría el dinero.<br />
Pero todos miraron a Oriente y a las monarquías petroleras, claro.