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La Caída del Dragón y del Águila - World Center of Humanist Studies

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familiares. Bastaba para el capital con cualificar una pequeña porción de empleados<br />

para que conduzcan eficazmente estos tecnoasentamientos prácticamente desiertos. Por<br />

lo demás, la producción había llegado ya a niveles estratosféricos, comenzando a<br />

generar desequilibrios en el abastecimiento de materias primas. El planeta entero era un<br />

socavón, horadado permanentemente en busca de fuentes de energía y material para<br />

fabricar y construir.<br />

Pero aún en este paisaje de desocupación creciente, el flujo <strong>del</strong> campo a la ciudad –<br />

como vimos antes – no disminuía en absoluto. Ya no era seguro conseguir un puesto de<br />

trabajo estable y muy seguro era poder perderlo rápidamente, si es que se lograba uno.<br />

Pero nadie quería perderse los beneficios de una civilidad definitivamente imbuida de<br />

confort y consumo, aunque ello significara vivir en una chabola en la periferia pararural<br />

de las gigantes ciudades. El hambre continuaba conviviendo con la insensible opulencia,<br />

pero todos compartíamos nuestro status de “seres Urbanos”.<br />

Y aún aquellos pocos respetables (o poco respetables, según el sistema de valores<br />

que cada uno tenga) que huían <strong>del</strong> agolpamiento azuzados por cierta concentración<br />

<strong>del</strong>ictiva, por las molestias de un tránsito vehicular exasperante y en definitiva, por un<br />

mundo interno plagado de ansiedad y zozobra, no conseguían refugiarse en los “verdes<br />

oasis de tranquilidad” que los nuevos emprendedores inmobiliarios pregonaban en sus<br />

sonrientes gigantografías, sino que simplemente trasladaban su urbanidad consigo,<br />

extendiendo así el ejido y el tejido ciudadano <strong>del</strong> cual querían escapar. De este modo,<br />

pulcros complejos residenciales, barrios privados asépticos en las cercanías de cada<br />

metrópolis, llevaban la ciudad a la campiña, brindando una breve e ilusoria apacibilidad<br />

al enfermizo trajín cotidiano de los excesivamente ocupados conciudadanos de mayores<br />

ingresos monetarios. Trajín que, por otra parte, volvía rápidamente en los embudos de<br />

circulación en las circundantes autopistas, en las enormes terminales aeroportuarias y en<br />

las exigencias de éxito a las que toda empresa pujante condenaba a sus mejores<br />

sirvientes.

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