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segundo%20libro%20Cincuenta%20sombras%20oscuras

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Christian no se separa de mí, y se lo agradezco. Francamente, la riqueza, el<br />

glamour y el nivel de puro derroche del evento me intimidan. Nunca he asistido a un<br />

acto parecido en mi vida.<br />

Los camareros vestidos de blanco circulan grácilmente con más botellas de<br />

champán entre la multitud creciente de invitados, y me llenan la copa con una<br />

regularidad preocupante. No debo beber demasiado. No debo beber demasiado, me<br />

repito a mí misma, pero empiezo a sentirme algo aturdida, y no sé si es por el champán,<br />

por la atmósfera cargada de misterio y excitación que crean las máscaras, o por las<br />

bolas de plata que llevo en secreto. Resulta cada vez más difícil ignorar el dolor sordo<br />

que se extiende bajo mi cintura.<br />

—¿Así que trabaja en SIP? —me pregunta un caballero calvo con una<br />

máscara de oso que le cubre la mitad de la cara… ¿o es de perro?—. He oído rumores<br />

acerca de una OPA hostil.<br />

Me ruborizo. Una OPA hostil lanzada por un hombre que tiene más dinero<br />

que sentido común, y que es un acosador nato.<br />

—Yo solo soy una humilde ayudante, señor Eccles. No sé nada de esas<br />

cosas.<br />

Christian no dice nada y sonríe beatíficamente a Eccles.<br />

—¡Damas y caballeros! —El maestro de ceremonias, con una<br />

impresionante máscara de arlequín blanca y negra, nos interrumpe—. Por favor, vayan<br />

ocupando sus asientos. La cena está servida.<br />

Christian me da la mano y seguimos al bullicioso gentío hasta la inmensa<br />

carpa.<br />

El interior es impresionante. Tres enormes lámparas de araña lanzan<br />

destellos irisados sobre las telas de seda marfileña que conforman el techo y las<br />

paredes. Debe de haber unas treinta mesas como mínimo, que me recuerdan al salón<br />

privado del hotel Heathman: copas de cristal, lino blanco y almidonado cubriendo las<br />

sillas y las mesas, y en el centro, un exquisito arreglo de peonías rosa pálido alrededor<br />

de un candelabro de plata. Al lado hay una cesta de exquisiteces envueltas en hilo de<br />

seda.<br />

Christian consulta el plano de la distribución y me lleva a una mesa del<br />

centro. Mia y Grace Trevelyan—Grey ya están sentadas, enfrascadas en una<br />

conversación con un joven al que no conozco. Grace lleva un deslumbrante vestido<br />

verde menta con una máscara veneciana a juego. Está radiante, se la ve muy relajada, y<br />

me saluda con afecto.<br />

—¡Ana, qué gusto volver a verte! Y además tan espléndida.<br />

—Madre —la saluda Christian con formalidad, y la besa en ambas<br />

mejillas.<br />

—¡Ay, Christian, qué protocolario! —le reprocha ella en broma.<br />

Los padres de Grace, el señor y la señora Trevelyan, vienen a sentarse a

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