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segundo%20libro%20Cincuenta%20sombras%20oscuras

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Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis<br />

muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la<br />

lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide<br />

de mis muslos.<br />

—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.<br />

El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra<br />

vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus<br />

caricias. Es casi insoportable.<br />

—¡Christian! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.<br />

Él se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y<br />

me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y él también se sube.<br />

Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, le<br />

miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnudo. ¿Cuándo se ha quitado la<br />

ropa?<br />

Él baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y<br />

pasión, y resulta embriagador.<br />

—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en<br />

mí.<br />

Estoy tumbada sobre él, exhausta, siento las extremidades pesadas y<br />

lánguidas. Ambos estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar<br />

encima de Christian que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la<br />

mejilla en él y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se<br />

ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.<br />

—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida.<br />

—Qué pregunta tan rara —dice también adormilado.<br />

—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que<br />

no sabía si te apetecería.<br />

—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Ana. Aunque a lo mejor debería<br />

probar el té.<br />

Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.<br />

—La verdad es que sabemos muy poco uno del otro —murmuro.<br />

—Lo sé —dice en tono afligido.<br />

Me siento y le miro fijamente.<br />

—¿Qué pasa? —pregunto.<br />

Él mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable.<br />

Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy serio.<br />

—Te quiero, Ana Steele —dice.<br />

* * *<br />

A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me<br />

despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y

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