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segundo%20libro%20Cincuenta%20sombras%20oscuras

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Ellos se ponen a trajinar en la proa, y yo contemplo fascinada cómo la gran<br />

vela se iza en el mástil. El viento la agarra, expandiéndola y tensándola.<br />

—¡Mantenlo firme, nena, y apaga el motor! —me grita Christian por encima<br />

del viento, y me hace la señal de desconectar las máquinas.<br />

Yo apenas oigo su voz, pero asiento entusiasmada, y contemplo al hombre<br />

que amo, con el pelo totalmente alborotado, muy emocionado, sujetándose ante los<br />

cabeceos y los virajes del barco.<br />

Aprieto el botón, cesa el rugido del motor, y el Grace navega hacia la<br />

península Olympic, deslizándose por el agua como si volara. Yo tengo ganas de chillar<br />

y gritar y jalear: esta es una de las experiencias más excitantes de mi vida… salvo<br />

quizá la del planeador, y puede que la del cuarto rojo del dolor.<br />

¡Madre mía, cómo se mueve este barco! Me mantengo firme, sujetando el<br />

timón y tratando de conservar el rumbo, y Christian vuelve a colocarse detrás de mí y<br />

pone sus manos sobre las mías.<br />

—¿Qué te parece? —me pregunta, gritando sobre el rugido del viento y el<br />

mar.<br />

—¡Christian, esto es fantástico!<br />

Esboza una radiante sonrisa de oreja a oreja.<br />

—Ya verás cuando ice la vela globo.<br />

Señala con la barbilla a Mac, que está desplegando la vela globo, de un<br />

rojo oscuro e intenso. Me recuerda las paredes del cuarto de juegos.<br />

—Un color interesante —grito.<br />

Él hace una mueca felina y me guiña un ojo. Oh, no es casualidad.<br />

La vela globo, con su peculiar forma, grande y elíptica, se hincha y hace<br />

que el Grace coja gran velocidad. El barco toma el rumbo, navegando a toda marcha<br />

hacia el Sound.<br />

—Velaje asimétrico. Para correr más —contesta Christian a mi pregunta<br />

implícita.<br />

—Es alucinante.<br />

No se me ocurre nada mejor que decir. Mientras brincamos sobre las aguas,<br />

en dirección a las majestuosas montañas Olympic y a la isla de Bainbridge, yo sigo con<br />

una sonrisa de lo más bobalicona en la cara. Al mirar hacia atrás, veo Seattle<br />

empequeñecerse en la distancia y, más allá, el monte Rainier.<br />

Nunca me había dado cuenta realmente de lo hermoso y agreste que es el<br />

paisaje de los alrededores de Seattle: verde, exuberante y apacible, con enormes<br />

árboles de hoja perenne y acantilados rocosos con paredes escarpadas que se alzan<br />

aquí y allá. En esta gloriosa tarde soleada el entorno posee una belleza salvaje pero<br />

serena, que me corta la respiración. Tanta quietud resulta asombrosa en comparación<br />

con la velocidad con que surcamos las aguas.<br />

—¿A qué velocidad vamos?

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