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segundo%20libro%20Cincuenta%20sombras%20oscuras

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adrenalina por todo mi cuerpo.<br />

Ahora está más cerca, y espero mi momento para entrar en acción. Ray<br />

estaría orgulloso. Él me enseñó qué hacer. Es experto en autodefensa. Si Jack me toca,<br />

si respira siquiera demasiado cerca de mí, le derribaré. Me falta el aire. No debo<br />

desmayarme. No debo desmayarme.<br />

—Mírate. —Me observa con lascivia—. Estás muy excitada, lo noto. En<br />

realidad tú me has provocado. En el fondo lo deseas, lo sé.<br />

Madre mía. Este hombre delira. Mi miedo alcanza el nivel de ataque<br />

inminente, y amenaza con aplastarme.<br />

—No, Jack, yo nunca te he provocado.<br />

—Sí, me provocaste, puta calientabraguetas. Detecto las señales.<br />

Alarga la mano, y con el dorso de los nudillos me acaricia delicadamente la<br />

mejilla hasta el mentón. Y luego la garganta, con el dedo índice, y yo siento el corazón<br />

en la boca y reprimo las náuseas. Llega hasta el hueco de la base del cuello bajo el<br />

botón desabrochado de mi blusa negra, y apoya la mano en mi pecho.<br />

—Me deseas. Admítelo, Ana.<br />

Sin apartar los ojos de él, y concentrada en lo que tengo que hacer —en<br />

lugar de en mi creciente repugnancia y mi pavor—, poso una mano delicadamente<br />

sobre la suya, como una caricia. Él sonríe triunfante. Entonces le agarro el dedo<br />

meñique, se lo retuerzo hacia atrás y, de un tirón, lo hago bajar a la altura de su cadera.<br />

—¡Ahhh! —grita por el dolor y la sorpresa, y, cuando trastabilla, levanto la<br />

rodilla con fuerza hasta su ingle y consigo impactar limpiamente en mi objetivo.<br />

Cuando dobla las rodillas y se derrumba con un quejido sobre el suelo de<br />

la cocina con las manos entre las piernas, me aparto ágilmente hacia la izquierda.<br />

—No vuelvas a tocarme nunca —le advierto con un gruñido gutural—. Y<br />

tienes la hoja de ruta y los folletos encima de mi mesa. Ahora me voy a casa. Buen<br />

viaje. Y en adelante, hazte tú el maldito café.<br />

—¡Jodida puta! —me grita casi gimoteante, pero yo ya he salido por la<br />

puerta.<br />

Vuelvo a mi mesa corriendo, cojo la chaqueta y el bolso, y salgo disparada<br />

hacia recepción sin hacer caso de los gemidos y las maldiciones que profiere el<br />

cabrón, aún tirado en el suelo de la cocina. Salgo a la calle y me paro un momento al<br />

sentir el aire fresco dándome en la cara. Inspiro profundamente y recupero la calma.<br />

Pero, como no he comido en todo el día, cuando esa desagradable descarga de<br />

adrenalina remite, las piernas me fallan y me desplomo en el suelo.<br />

Con cierto distanciamiento, contemplo a cámara lenta la escena que se<br />

desarrolla delante de mí: Christian y Taylor, con trajes oscuros y camisas blancas,<br />

bajan de un salto del coche y corren hacia mí. Christian se arrodilla a mi lado, pero yo<br />

apenas soy consciente de ello y solo soy capaz de pensar: Él está aquí. Mi amor está<br />

aquí.

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