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clave, dado que actuaban como financistas y facilitadores de la
autogestión de la vivienda. Como una fabrica que produce ciudad, los
barrios estaban siempre “en construcción”. Sus pobladores luchaban por
“hacer la vivienda” y por “hacer la ciudad”. Es decir, además de
autoconstruir sus casas se organizaban para luchar por los servicios (sobre
todo el agua, luego las cloacas y bastante después el gas natural) y también
por las mejoras ambientales (residuos) y del espacio público (plazas,
asfaltos, veredas, etc.), así como por los principales equipamientos en
educación y salud. Este fue el origen de las sociedades de fomento.
Además de realizar un rentable negocio con la subdivisión original del suelo,
la principal habilidad de los loteadores-que conocían perfectamente este
proceso de autoconstrucción- consistía en retener una cantidad de lotes (en
muchos casos los de mejor ubicación), los que 15 o 20 años después les
permitía lograr rentas extraordinarias gracias a las plusvalías transferidas
por el colectivo barrial en el proceso de urbanización. En aquellos años el
diferencial de la renta obtenida por el pasaje del valor rural del suelo a su
valor urbano era altísimo. Además, urbanizar (técnicamente, producir suelo)
Este proceso –la producción informal de la vivienda- se nutria del trabajo
de los propios habitantes, de mano de obra del barrio y del trabajo tenía un
costo ínfimo, por lo que los loteadores podían perfectamente financiar la
venta hasta en 100 cuotas. Esto se debía a que la tierra rural adyacente al
ejido urbano era entonces abundante y barata. En Buenos Aires ese fue el
caso de famosos loteadores como Kanmar, Vinelli, Luchetti, entre otros. En
una nota publicada en La Nación el 31/7/01, Rodolfo Vinelli, rememorando
esos tiempos, afirmaba:
“Tuve el honor de haber convertido en propietarios a miles de personas de clase
media y de las menos favorecidas por la economía. Con los loteos fundamos
pueblos y ciudades.”…(2)
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