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El Diario de Ana Frank

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Un incendio <strong>de</strong> tales dimensiones no resulta un espectáculo<br />

agradable; y, por fortuna, pronto se extinguió, <strong>de</strong> manera que<br />

cada uno <strong>de</strong> nosotros pudo volver poco <strong>de</strong>spués a sus ocupaciones.<br />

Por la noche, a la hora <strong>de</strong> la cena, nueva alarma. La comida era<br />

buena, pero el ulular <strong>de</strong> las sirenas me quitó el apetito. Sin embargo,<br />

todo permaneció tranquilo hasta la señal que indicaba el fin <strong>de</strong> la<br />

alarma, tres cuartos <strong>de</strong> hora más tar<strong>de</strong>. Apenas fregados los platos,<br />

alarma, el estruendo <strong>de</strong> las baterías antiaéreas y un número<br />

inconcebible <strong>de</strong> aviones. «¡Cielos, dos ataques en un solo día es<br />

<strong>de</strong>masiado!». Pero no se nos pedía nuestra opinión: una vez más,<br />

llovían bombas, ahora por el otro lado, por Schiphol* según el<br />

comunicado inglés. Subiendo, bajando, los aviones hacían vibrar<br />

el aire y me ponían la piel <strong>de</strong> gallina. A cada momento, yo me<br />

<strong>de</strong>cía. ¡Dios, ése se va a caer!<br />

Puedo asegurarte que, al acostarme, a las nueve, no podía<br />

sostenerme sobre mis pies. A medianoche me <strong>de</strong>sperté: los<br />

aviones. Dussel estaba <strong>de</strong>svistiéndose; no hice caso <strong>de</strong> eso y, al<br />

primer cañonazo, salté <strong>de</strong> mi cama para ir a refugiarme en la <strong>de</strong><br />

papá. Dos horas <strong>de</strong> vuelo y <strong>de</strong> bombar<strong>de</strong>o incesantes; luego,<br />

silencio. Me volví a mi cama, y me dormí a las dos y media.<br />

Las siete. Me <strong>de</strong>sperté sobresaltada. Van Daan estaba con<br />

papá. Mi primer pensamiento fue el <strong>de</strong> los ladrones. Oí a Van<br />

Daan <strong>de</strong>cir «todo», y pensé que lo habían robado todo. Pero no.<br />

Esta vez la noticia era maravillosa, la más maravillosa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />

varios meses, ¿qué digo?, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que comenzó la guerra: «Mussolini<br />

renunció, el rey <strong>de</strong> Italia se ha hecho cargo <strong>de</strong>l gobierno». Lo<br />

celebramos alborozadamente, todos y cada uno. Después <strong>de</strong> la<br />

espantosa jornada <strong>de</strong> ayer, por fin un buen presagio..., una<br />

esperanza. ¡La esperanza <strong>de</strong>l final, la esperanza <strong>de</strong> la paz!<br />

Kraler subió a <strong>de</strong>cirnos que Fokker fue arrasado. Esta noche,<br />

dos nuevas alarmas. Estoy extenuada por los bombar<strong>de</strong>os y la<br />

falta <strong>de</strong> sueño, y no tengo ganas <strong>de</strong> estudiar. La ansiedad con<br />

© Pehuén Editores, 2001.<br />

)53(<br />

EL DIARIO DE ANA FRANK<br />

respecto a lo que suce<strong>de</strong>rá nos mantiene viva la esperanza <strong>de</strong> ver<br />

el fin <strong>de</strong> todo eso, quizás este año...<br />

Tuya,<br />

ANA<br />

Jueves 29 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1943<br />

Querida Kitty:<br />

La señora Van Daan, Dussel y yo estábamos fregando los<br />

platos. Y lo que casi nunca ocurre e iba seguramente a llamar la<br />

atención <strong>de</strong> mis compañeros <strong>de</strong> tarea: yo había guardado un<br />

silencio absoluto.<br />

Con el fin <strong>de</strong> evitar cuestiones busqué un tema que creía<br />

neutro: el libro Henri van <strong>de</strong>n Overkant. ¡Ay, cómo me engañé!<br />

Si la señora Van Daan no me hiere, es Dussel quien lo hace; <strong>de</strong>bí<br />

haber pensado en eso. Fue él quien nos recomendó la obra como<br />

extraordinaria y excelente. Lo mismo que yo, Margot no la<br />

encontró ni lo uno ni lo otro. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> secar los platos, admití<br />

que el autor estaba acertado en el retrato <strong>de</strong>l chico, pero que, en<br />

cuanto a lo <strong>de</strong>más... era preferible no hablar, y me atraje la<br />

indignación <strong>de</strong>l señor Dussel.<br />

-¿Cómo pue<strong>de</strong>s compren<strong>de</strong>r la psicología <strong>de</strong> un hombre?<br />

Pase si se tratara <strong>de</strong> un niño. Tú eres <strong>de</strong>masiado joven para un<br />

libro así; ni siquiera estaría al alcance <strong>de</strong> una persona <strong>de</strong> veinte<br />

años.<br />

(Entonces, ¿por qué nos lo recomendó tan calurosamente a<br />

las dos?).<br />

Dussel y la señora Van Daan prosiguieron sus observaciones<br />

por turno:<br />

-Sabes <strong>de</strong>masiado para tu edad. Tu educación <strong>de</strong>ja mucho<br />

que <strong>de</strong>sear. Más tar<strong>de</strong>, cuando seas mayor, no encontrarás ya<br />

atractivo en nada y dirás: «Todo eso ya lo leí en los libros, hace

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