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proce<strong>de</strong>r no me llevará a nada. Por eso te admiro a ti. Dices las<br />
cosas sin ro<strong>de</strong>os. Le dices a la gente lo que tienes que <strong>de</strong>cirle. No<br />
tienes nada <strong>de</strong> tímida.<br />
-Te equivocas -respondí-. La mayoría <strong>de</strong> las veces digo las<br />
cosas <strong>de</strong> una manera totalmente distinta a como me proponía<br />
hacerlo. Luego, una vez arrastrada, hablo <strong>de</strong>masiado. Es un mal<br />
que tu <strong>de</strong>sconoces.<br />
Me reí para mis a<strong>de</strong>ntros al pronunciar estas últimas palabras.<br />
Pero quise tranquilizarlo, sin que notara mi alegría; tomé un<br />
almohadón para sentarme en el suelo, las rodillas en el mentón, y<br />
le miré atentamente.<br />
Estoy verda<strong>de</strong>ramente encantada: el anexo alberga, pues, a<br />
alguien que sufre las mismas crisis <strong>de</strong> furor que yo. Peter parecía<br />
visiblemente aliviado por po<strong>de</strong>r criticar a Dussel; sabía que yo no<br />
lo <strong>de</strong>lataría. En cuanto a mí, pasé un momento <strong>de</strong>licioso, sintiendo<br />
que me comunicaba con él <strong>de</strong> una manera que sólo había conocido<br />
con algunas amigas, en otro tiempo.<br />
Tuya,<br />
ANA<br />
© Pehuén Editores, 2001.<br />
Miércoles 16 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1944<br />
Querida Kitty:<br />
Es el cumpleaños <strong>de</strong> Margot.<br />
A las doce y media, Peter vino a admirar los regalos que<br />
habíamos preparado. Se entretuvo charlando más tiempo que <strong>de</strong><br />
costumbre, lo que no habría hecho <strong>de</strong> haberse tratado <strong>de</strong> una<br />
simple visita <strong>de</strong> cortesía. Por la tar<strong>de</strong>, fui a buscar el café y también<br />
las papas, pues me parece bien agasajar a Margot al menos una<br />
vez al año. Peter quitó enseguida <strong>de</strong> la escalera sus papeles, para<br />
)89(<br />
EL DIARIO DE ANA FRANK<br />
<strong>de</strong>jarme paso, y yo le pregunté si quería que cerrara la puerta <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>sván.<br />
-Sí -me contestó-, es preferible. Al volver, no tienes más que<br />
golpear: yo te abriré.<br />
Dándole las gracias, subí a la buhardilla, don<strong>de</strong> pasé diez<br />
buenos minutos eligiendo en el gran tonel las patatas más<br />
pequeñas. Me dolía la cintura y empezaba a sentir frío.<br />
Naturalmente, no golpeé, y abrí yo misma la puerta; sin embargo,<br />
él acudió a mi encuentro y, muy servicial, se encargó <strong>de</strong> la cacerola.<br />
-He buscado empeñosamente -dije yo-, pero no las he<br />
encontrado más pequeñas.<br />
-¿Has mirado en el tonel gran<strong>de</strong>?<br />
-Sí, he metido bien las manos y lo he revuelto todo.<br />
Cuando llegué al pie <strong>de</strong> la escalera, Peter, cacerola en mano,<br />
se <strong>de</strong>tuvo para examinarla bien.<br />
-¡Ah, es un buen trabajo! -dijo.<br />
Y en el momento en que le tomaba el recipiente, añadió:<br />
-¡Excelente!<br />
Al <strong>de</strong>cir eso, su mirada fue tan tierna, tan cálida, que me<br />
enternecí también. Me daba cuenta <strong>de</strong> que él quería resultar<br />
agradable, y como no sabe ser elocuente, puso en su mirada todo<br />
el sentimiento. ¡Cómo le comprendo y cuánto se lo agra<strong>de</strong>zco!<br />
En este mismo instante sigo sintiéndome feliz al evocar sus<br />
palabras y la dulzura <strong>de</strong> sus ojos.<br />
Mamá hizo notar que no había allí bastantes patatas para la<br />
cena. Muy dócil, me brindé para la segunda expedición.<br />
Al llegar nuevamente hasta la puerta <strong>de</strong> Peter, me disculpé<br />
por molestarlo dos veces seguidas. <strong>El</strong> se levantó, se situó entre la<br />
escalera y el muro, me tomó por el brazo y me cerro el camino.<br />
-Para mí no es una molestia. Yo lo haré.<br />
Le dije que no valía la pena, que esta vez no necesitaba elegir<br />
patatas chicas. Convencido, me soltó el brazo. Pero al regreso,<br />
vino a abrirme la escotilla y, nuevamente, me tomó la cacerola <strong>de</strong><br />
las manos. En la puerta, le pregunté: