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El Diario de Ana Frank

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Querida Kitty:<br />

Hace más <strong>de</strong> un año que te cuento muchas cosas sobre la<br />

vida <strong>de</strong>l anexo y, sin embargo, nunca llegaré a darte <strong>de</strong> él una i<strong>de</strong>a<br />

perfecta. Hay tantos <strong>de</strong>talles, que una se pier<strong>de</strong>, y existe una<br />

diferencia muy gran<strong>de</strong> entre la vida que llevamos y la <strong>de</strong> las<br />

personas corrientes bajo circunstancias normales. Hoy te daré<br />

un resumen <strong>de</strong> nuestra vida diaria. Comenzaré por el final <strong>de</strong> la<br />

jornada.<br />

Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las nueve <strong>de</strong> la noche, todo el mundo realiza<br />

preparativos para dormir provocando un enorme <strong>de</strong>splazamiento<br />

<strong>de</strong> cosas.<br />

Se apartan las sillas y se van a buscar las frazadas, que son<br />

<strong>de</strong>splegadas: todo el mobiliario <strong>de</strong>l día se transforma. Yo duermo<br />

en el divancito que no tiene más que 1,50 m. <strong>de</strong> largo y al que, por<br />

tanto, <strong>de</strong>ben agregarse dos sillas como larguero. Un colchón, las<br />

sábanas, las almohadas y las frazadas, todo hay que retirarlo <strong>de</strong>l<br />

lecho <strong>de</strong> Dussel, don<strong>de</strong> estos objetos son colocados durante el<br />

día.<br />

Más allá -un crujido tremendo-, está el catre <strong>de</strong> Margot,<br />

cuyos travesaños <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra rechinan locamente. Hay que sacar<br />

los almohadones y mantas <strong>de</strong> alguna otra parte.<br />

En casa <strong>de</strong> nuestros vecinos, un estruendo terrible: no es<br />

más que la cama <strong>de</strong> la señora, que es empujada hacia la ventana,<br />

para que las naricitas <strong>de</strong> Su Alteza, vestida <strong>de</strong> una «mañanita»<br />

rosa, puedan gozar <strong>de</strong>l aire vivificante.<br />

A las 9.. Después <strong>de</strong> Peter, tomo posesión <strong>de</strong>l «baño» y me<br />

entrego a una higiene minuciosa; muchas veces aprovecho <strong>de</strong><br />

matar alguna pulga. A<strong>de</strong>más, limpiarme los dientes, ponerme los<br />

rizadores, revisarme las uñas, y otros pequeños secretos <strong>de</strong> toilette,<br />

y todo ello en menos <strong>de</strong> media hora.<br />

A las 9.30: La bata <strong>de</strong> baño sobre los hombros y con el jabón<br />

en una mano, orinal, horquillas, rizadores y algodón en la otra,<br />

© Pehuén Editores, 2001.<br />

)55(<br />

EL DIARIO DE ANA FRANK<br />

salida rápida, seguida a menudo por un toque <strong>de</strong> atención por<br />

parte <strong>de</strong> mi sucesor, el cual <strong>de</strong>saprueba la presencia <strong>de</strong> algunos<br />

cabellos que ondulan graciosamente sobre la mesa <strong>de</strong>l tocador.<br />

A las 10: Apagamiento total <strong>de</strong> luces. Buenas noches. Durante<br />

un buen cuartito <strong>de</strong> hora, crujidos <strong>de</strong> lechos y muelles rotos,<br />

suspiros, y luego silencio, siempre y cuando los vecinos <strong>de</strong> arriba<br />

no empiecen a pelear.<br />

A las 11.30: La puerta <strong>de</strong>l tocador chirria. Una <strong>de</strong>lgada red <strong>de</strong><br />

luz penetra en el dormitorio. Crujidos <strong>de</strong> suelas, y luego la sombra<br />

<strong>de</strong> un gran gabán, que agranda al hombre que lo lleva. Dussel ha<br />

terminado su trabajo en el escritorio <strong>de</strong> Kraler. Durante diez<br />

minutos, ruido <strong>de</strong> pasos, roce <strong>de</strong> papeles (<strong>de</strong> los comestibles que<br />

oculta). Enseguida, hace su cama. La silueta <strong>de</strong>saparece otra vez;<br />

<strong>de</strong> vez en cuando, ruidos sospechosos proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l W.C.<br />

A las 3: Me levanto para hacer una pequeña necesidad en la<br />

vasija <strong>de</strong> hierro enlozado que utilizo como orinal, la cual está bajo<br />

mi cama y sobre una alfombrita <strong>de</strong> goma que protege el piso.<br />

Cada vez que ello ocurre, retengo la respiración, pues me parece<br />

oír una verda<strong>de</strong>ra cascada <strong>de</strong> agua precipitándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong><br />

una montaña. Repongo el orinal en su sitio y la pequeña forma<br />

blanca, en camisón -la obsesión <strong>de</strong> Margot, que al verla exclama<br />

siempre: «¡Oh, qué camisón tan in<strong>de</strong>cente!»-, vuelve a su cama.<br />

Sigue por lo menos un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> insomnio,<br />

escuchando los ruidos nocturnos. ¿No entran ladrones en la casa?<br />

A<strong>de</strong>más están los ruidos <strong>de</strong> las camas, arriba, al lado en la misma<br />

habitación, que me informan sobre los que duermen y los que se<br />

agitan.<br />

Si es Dussel quien no duerme, resulta muy fastidioso. Primero,<br />

percibo un ruidito como <strong>de</strong> un pez que boquea, repetido no menos<br />

<strong>de</strong> diez veces; sucesivamente, se hume<strong>de</strong>ce los labios -creo- y<br />

hace chasquear la lengua, o bien da vueltas y más vueltas, <strong>de</strong> manera<br />

interminable, hundiendo las almohadas. Cinco minutos <strong>de</strong><br />

inmovilidad completa. Pero -no hay que hacerse ilusiones- estas<br />

maniobras pue<strong>de</strong>n repetirse hasta tres veces, antes <strong>de</strong> que el doctor

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