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En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana

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Pero los médicos, como tantos otros estamentos, se miran a sí mismos –y a<br />

los que ganan más, nunca, por supuesto, a los que ganan menos– y se indignan<br />

porque su trabajo no está suficientemente retribuido.<br />

Nosotros les damos la razón. Su trabajo es impagable. Pues, en efecto, si<br />

consideramos el trabajo en cuanto realizado por una persona, hay que afirmar que<br />

es una dimensión de la persona misma, ya que en él se ejercitan prácticamente<br />

todas las facultades personales: inteligencia, voluntad, esfuerzo, habilidad, atención,<br />

dedicación, responsabilidad, etc. Y, por consiguiente, desde este punto de<br />

vista, tanto vale el trabajo cuanto vale la persona humana, es decir, más que cualquier<br />

bien material que, por definición, es de inferior nivel. Por eso les damos la<br />

razón cuando no se consideran justamente pagados «en metálico» ¿Es que puede<br />

comprarse con dinero la inteligencia, la voluntad o la responsabilidad humana?<br />

Todos entendemos lo que queremos decir cuando de alguien afirmamos que vende<br />

su dignidad –o a sí mismo– por dinero.<br />

Y ahí está –permítasenos el paréntesis– la radical indignidad del puro régimen<br />

económico de asalariado: que se compra con dinero la persona a través de<br />

su trabajo.<br />

El problema radica en que cuando esta «impagabilidad en metálico» no se<br />

descubre, cualquier paga del trabajo se considera injusta y el hombre se vuelve<br />

hidrópico de bienes materiales; ya que éstos, en buena lógica, nunca se consideran<br />

adecuados al valor de cuanto la persona expone en su trabajo. Y, de esta<br />

manera, surge la rabiosa competencia con los demás por reivindicar mayor cuota<br />

de salario y la absurda discusión de quién merece más; como si los valores del espíritu,<br />

inherentes a la persona, cupieran en las matemáticas y en la contabilidad.<br />

Ahora bien, si impagable es el trabajo en cuanto originado en la persona,<br />

igual de impagable es por su destino o finalidad, que siempre es también, directa<br />

o indirectamente, la persona, quien, de una u otra forma, se siente servida, beneficiada<br />

con el trabajo de los demás. Y el servicio que como personas recibimos,<br />

sólo entregándonos como personas podremos pagarlo. Es mucha estúpida soberbia<br />

creer, por ejemplo, que con dinero ya pagamos la salud, la educación o la<br />

seguridad de nuestras vidas.<br />

¿Con qué puede, en efecto, pagarse a un médico tras una intervención quirúrgica<br />

que nos permite seguir viviendo? Pero ¿no es igualmente impagable la<br />

labor del barrendero o basurero que, recogiendo nuestra suciedad, nos evita las<br />

infecciones y las epidemias? ¿Y los maestros, que ayudan a que emerjan en nosotros<br />

los valores del espíritu? ¿Y los agricultores, pescadores y ganaderos, que nos<br />

proporcionan el «sustento»? Y tantos otros sin cuyo servicio no podríamos subsistir.<br />

Y precisamente, porque todos y cada uno de los trabajos, auténticamente<br />

humanos, tienen como destino el servicio a otras personas, ese debe ser el primer<br />

criterio de valoración de cualquier actividad humana; de modo que una actividad<br />

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