En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana
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uena voluntad y desde el que, sin duda, tomaron su sentido la vida y obra de<br />
Teresa de Calcuta y de Óscar Romero: la terrible desigualdad entre los humanos<br />
en un mundo de abundancia, la exclusión, para más de un tercio de la población<br />
mundial, de los bienes hoy existentes y disponibles. (No nos corresponde ahora<br />
detallar este hecho ampliamente divulgado y conocido ni analizar sus causas. Nos<br />
basta tener conciencia de su acuciante realidad).<br />
Ante un hecho así, se imponen dos líneas de acción. Una, socorrer las necesidades<br />
inmediatas de los actuales desposeídos, para que puedan seguir viviendo<br />
(o muriendo) con dignidad; otra, cambiar, a todos los niveles, la organización y<br />
estructura de la sociedad que tan injustamente se comporta. A lo primero, generelmente,<br />
se le da el nombre de beneficencia; a lo segundo, el de lucha por la justicia.<br />
Ahora bien, ¿por dónde comenzar? ¿A qué dar prioridad? Porque es claro<br />
que mientras se reforman las estructuras sociales muchos están muriendo o en<br />
desamparo, y es claro asimismo que si primordialmente atendemos a los que el<br />
sistema tiene hoy aherrojados, ese «hoy aherrojados» se hace perpetuo mientras<br />
el feroz mecanismo del sistema no se cambie.<br />
No pueden, por tanto, plantearse estas dos tareas en forma de dilema. Hoy<br />
–y subrayamos el hoy– es necesario realizar simultáneamente ambas. Es más,<br />
podemos afirmar que hoy la beneficencia se debe de justicia y por justicia, y que<br />
hacer justicia es la más eficaz beneficencia.<br />
<strong>En</strong> efecto, hoy la beneficencia: socorrer las necesidades inmediatas de los<br />
excluidos, ya sean de nuestro ámbito o país, ya de otros países o continentes, es<br />
un deber de justicia. Se les debe porque se los ha expoliado, y se les debe porque<br />
en cualquier circunstancia en que los hayamos puesto siguen teniendo la dignidad<br />
humana que les corresponde. Pero beneficencia que debe ser suficiente para satisfacer<br />
todas sus necesidades inmediatas. Por eso, nos pareció correcto el eslogan<br />
con que se quiso sensibilizar a favor del llamado Tercer Mundo: el 0,7% y MAS.<br />
Cuanto haga falta.<br />
Si, según Santo Tomás, en caso de extrema necesidad –y también la extrema<br />
necesidad ha de medirse con criterios históricos y culturales– todos los bienes<br />
son comunes, nuestros bienes son de los pobres en la medida en que los necesitan<br />
para salir de esa extrema necesidad. Dárselos, pues, es un acto de justicia. No<br />
queremos cuantificar. Ya lo hizo la ONU en relación con el Tercer Mundo. Basta<br />
recordar que para los países pobres al nuestro le correspondería aportar seiscientos<br />
mil millones de pesetas a fondo perdido y que no aporta ni los cien mil; mientras<br />
Manos Unidas o Intermón, por ejemplo, manejan un presupuesto de seis mil<br />
millones aproximadamente.<br />
Este deber de justicia afecta a toda la sociedad y a todos sus miembros en<br />
proporción a su responsabilidad y a sus bienes. No podemos detallar ahora el<br />
cómo y el cuánto, pero nadie puede excusarse del cumplimiento de esta obliga-<br />
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