En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana
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Así pues, las mutuas relaciones de todo tipo entre personas es lo que constituye<br />
la sociedad en su sentido más profundo y auténtico. Decir persona es decir sociedad<br />
y viceversa.<br />
Ahora bien, parece lógico pensar que, para que estas relaciones y la sociedad<br />
que generan sean verdaderamente «personales», han de ser ellas abarcables<br />
por el individuo-persona; abarcables en cuanto que pueda ser consciente de ellas<br />
y en cuanto que en ellas pueda influir; abarcables, por tanto, no en abstracto sino<br />
en concreto, en sus circunstanciados pormenores. Participar en «agrupaciones»<br />
inabarcables más tiene que ver con enjambres y hormigueros que con sociedad<br />
humana. Y permítasenos afirmar ahora entre paréntesis que la ley del mínimo<br />
esfuerzo en los de abajo y la del interés en los de arriba se confabulan para que<br />
las ¿sociedades? existentes sean más rebaño, enjambre y hormiguero que otra<br />
cosa; eso sí, con muchos balidos y zurriagazos cuando el pesebre no está suficientemente<br />
abastecido.<br />
De ahí –seguimos razonando– que cuanto más cercanos a la persona humana<br />
sean los vínculos y relaciones sociales, más auténtica y profunda es la sociedad<br />
resultante. El problema aparece cuando el individuo humano pierde de vista, por<br />
lejanas, las relaciones que lo sujetan (y, con frecuencia, subordinan) a otros individuos.<br />
¿Puede en tal caso hablarse de sociedad, y puede en tal caso comportarse<br />
como persona el individuo a tales conexiones «sometido»?<br />
Este es el caso, sin duda, del actual entramado de la economía globalizada;<br />
de las grandes integraciones políticas –entiéndase, por ejemplo, la Unión<br />
Europea– tendentes a un imperialismo de corte mundial, y de la cultura sin matices<br />
que, tipo standard, nos transmiten los medios de comunicación y opinión,<br />
especialmente –luz y sonido– por vía visual y acústica. El individuo no tiene en sus<br />
manos ni la economía que le alimenta o le mata de hambre, ni la política que le<br />
organiza la vida, ni la cultura que por él siente y piensa.<br />
Tal vez sea verdad que la extensión de los conocimientos y las posibilidades<br />
actuales de comunicación puedan hacer «abarcable» para muchas personas una<br />
mayor amplitud de relaciones con otros. No se trata, es cierto, de milimetrar la<br />
capacidad de nadie para relacionarse en mayor o menor extensión; pero también<br />
parece estar claro que no es lo más humanamente adecuado que el fax o el internet<br />
sustituyan las relaciones personales, ni aún en el caso de que pudieran verse<br />
los interlocutores a distancia. El complejo mundo de la persona no parece ser en<br />
lo fundamental transvasable «a distancia», ni física ni psíquica.<br />
Para nosotros, en consecuencia, en una buena estructuración de la convivencia<br />
humana deben estar en el centro las personas –todas y cada una– con todo<br />
el entramado social que, a su medida, sean capaces de crear y abarcar en todos<br />
los órdenes para el desarrollo de la libertad, la creatividad, la responsabilidad y la<br />
comunión de todos y entre todos.<br />
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