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En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana

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común y nadie osa enfrentarse a las causas estructurales del mal, entonces la<br />

sociedad, que somos todos, se convierte en cómplice del mal. Y sí, para poder disfrutar<br />

de privilegios frente a otros grupos u otras sociedades más pobres y excluidas,<br />

camuflamos con falsos asistencialismos nuestros delitos, la sociedad, además<br />

de cómplice, deviene cínica.<br />

Por eso, en este momento y en esta sociedad nuestra, donde no se hacen<br />

esfuerzos serios para hacer justicia a los pobres y menos a los del llamado Tercer<br />

Mundo y donde sólo queda el voluntariado como instrumento de asistencia a los<br />

pobres, nos atrevemos a decir que éste (el voluntariado) queda necesariamente<br />

teñido de hipocresía, ignorancia o cobardía, cuando no de los tres vicios a la vez.<br />

Hipocresía, porque, conscientes de que formamos parte, socialmente al<br />

menos, del mundo de los obradores de injusticias y sin esforzarnos por suprimir<br />

éstas y sus causas, osamos aparecer como benefactores gratuitos de otros a quienes<br />

previamente hemos perjudicado.<br />

Ignorancia (culpable, en gran parte, creemos nosotros), porque creemos que<br />

las injusticias son inevitables y que únicamente podemos evitar sus perversos efectos;<br />

porque conocemos mal los mecanismos de la economía, de la política y de la<br />

ordenación social, campos donde se cometen la mayoría de las injusticias; porque<br />

no hemos descubierto la importancia de la creación de nuevas estructuras sociales<br />

y la urgencia de actuar en este campo sin repetir pasados planteamientos erróneos.<br />

Cobardía, porque ante los riesgos ciertos de marginación, persecución y peligros<br />

para la propia vida que comporta la lucha en serio por la justicia, preferimos<br />

el confortante bienestar de la beneficencia. La lucha por la justicia nos enfrenta<br />

con los poderosos; en la beneficencia podemos encontrarles de aliados.<br />

<strong>En</strong> resumen, ante el sufrimiento de los pobres podemos tomar, como punto<br />

de partida, dos actitudes, que, cuando son consecuentes, terminan uniéndose: el<br />

esfuerzo por la realización de la justicia o la encarnación de la propia vida, sin<br />

marcha atrás, en la vida de los pobres, sufriendo y luchando con ellos, junto a ellos<br />

y como ellos. Esto último es lo que ha salvado y sigue salvando a muchos «voluntarios».<br />

La entrega de su vida (algunos muriendo) a los pobres, sin doblegarse a<br />

los intereses de los poderosos, es el mejor modo de luchar por la justicia. Hasta<br />

tal punto se cree que la verdad está junto a los pobres y excluidos que junto a ellos<br />

se vive y muere sirviéndoles. Pero si pretendemos, guardando nuestra vida (y nuestros<br />

bienes), pasar por servidores de los pobres injustamente maltratados, caemos<br />

en los vicios mencionados antes. Se impone, pues, luchar por la justicia con entrega<br />

de la propia vida.<br />

Permítasenos terminar con una cita de Vicente de Paúl: «La limosna es una<br />

ofensa y se ha de poner mucho amor en ella para que pueda ser perdonada». Ese<br />

amor, sin duda, es la propia vida entregada, porque, con palabras ahora de Jesús<br />

de Nazaret, «nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos».<br />

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