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En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana

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Esta situación de conciencia deformada hace esquizofrénica la actuación, aun<br />

bien intencionada, de la mayor parte de las personas y asociaciones que se proponen<br />

ayudar al Tercer Mundo; porque, en nuestro subconsciente colectivo, sabemos<br />

que con nuestras ayudas no hacemos otra cosa que devolverles unas migajas<br />

del pan que previamente les hemos arrebatado.<br />

¡Cuantos accionistas de Telefónica, de <strong>En</strong>desa, del BSCH, cuantos inversores<br />

de los múltiples fondos de pensión existentes –empresas y fondos que, por<br />

poner un ejemplo, han entrado a saco en las empresas y finanzas de América<br />

Latina– acallan su mala conciencia con su cuota a Manos Unidas o Intermón!<br />

¿Cúando van a despertar los del 0,7 o los de la Deuda Externa cuando, después<br />

de años de diálogo ¿civilizado? con las autoridades de los países acreedores, la<br />

deuda externa crece y la contribución al desarrollo disminuye?<br />

Y es que no queremos comprender que nuestra civilización no admite parches<br />

que, como en la parábola del remiendo nuevo en vestido viejo, cada vez desgarran<br />

más el tejido social. Dice el profesor Luis de Sebastián en su «Alegato contra<br />

la desigualdad económica»: «Una desigualdad sustancial y manifiesta en el<br />

reparto de los beneficios que el sistema democrático ofrece a los ciudadanos destruye<br />

los motivos que los menos favorecidos puedan tener para aceptar el pacto<br />

social de convivencia y someterse a las reglas de juego de la democracia... La desigualdad<br />

extrema es una burla a la noción de un pacto social por medio del cual<br />

los ciudadanos se obligan a obedecer unas leyes y a seguir a unos gobernantes,<br />

para obtener unos beneficios que por sí solos no podrían obtener».<br />

Ahora bien, como la desigualdad sustancial, manifiesta y extrema es una<br />

verdad incuestionable en relación con los países pobres y aún en los países ricos<br />

donde, por ejemplo, «en Estados Unidos –Amy Dean, dirigente de AFL-CIO– más<br />

de 14 millones de norteamericanos vagan sin trabajo y sin hogar por las calles y<br />

más de 2 millones están hacinados en las cárceles por delitos sociales»; está claro<br />

que las leyes y el ordenamiento social que tal situación sustentan están deslegitimadas,<br />

aun vestidas del ropaje democrático, y, por tanto, el camino para hacer<br />

un mundo justo no pasa por la colaboración sino por la rebeldía y la desobediencia.<br />

Ser rebelde y atenerse a las consecuencias. Ser rebelde como la única opción<br />

responsable, y atenerse a las consecuencias, venciendo el miedo a los bien instalados,<br />

que sin duda reaccionarán atacando.<br />

Pero, como sociológicamente es poco probable que en esta sociedad de ricos<br />

aparezcan muchos que enfoquen su acción a la desarticulación de la cultura de<br />

dominio que ella misma ha creado e impuesto al mundo, parece evidente que la<br />

rebeldía ha de brotar mayoritariamente entre los pobres; quienes, desde la protesta<br />

de su dolor y sufrimiento, nos devolverán la auténtica conciencia de nuestro<br />

mal obrar y de la radical injusticia en que nos hemos instalado, y, con su acción<br />

–por necesidad, solidaria y transformadora– podrán crear otros vínculos sociales<br />

que nos acerquen más a la fraternidad entre los hombres.<br />

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