En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana
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Por experiencia histórica y por sentido común, en el editorial anterior descartábamos<br />
como agentes del bien común a los dirigente políticos al uso; entre los<br />
que debemos incluir a la mayor parte de los de los países del Tercer Mundo, generalmente<br />
partícipes de la cultura dominante y, con harta frecuencia, en connivencia<br />
con los dirigentes del mundo rico.<br />
Por el mismo motivo descartamos como agentes del bien común universal a<br />
la mayoría de los movimientos de ayuda a los pueblos del Sur surgidos en nuestro<br />
mundo rico que, si bien cuestionan las consecuencias del sistema, no llevan tal<br />
cuestionamiento hasta las bases o fundamento del mismo. Pues, aunque, al poner<br />
ante nuestro ojos los constantes efectos perversos del sistema, contribuyen, sin<br />
duda, a la toma de conciencia del mal, su acción, por parcial e incompleta, puede<br />
llevar –como arriba dijimos– a transitar por caminos agotadores y a la larga estériles,<br />
dada la abundancia de medios de que el sistema está dotado para destruir su<br />
acción benéfica con muy poco esfuerzo.<br />
Así mismo grandes masas de los pueblos de los mismos países pobres encontrarán<br />
dificultades para ser agentes de la transformación de mentalidades y estructuras,<br />
al haber –en conformidad con las tendencias egoístas con que están también<br />
amasados– asumido la cultura del enemigo, es decir, la del consumo y<br />
enriquecimiento; si bien, su situación de precariedad y su misma lucha por su identidad<br />
y supervivencia acerca necesariamente a muchos pueblos a buscar éstas –la<br />
identidad y la supervivencia– en formas de vida solidaria.<br />
No queremos con esto quitarle valor a las protestas y luchas –véase el paradigmático<br />
Seattle– promovidas por personas y organizaciones desde el protagonismo<br />
y la perspectiva de los pobres. Pensamos, por el contrario, que es necesario<br />
cuidarlas y fomentarlas frente a un sistema que, creyéndose victorioso tras la<br />
caída del así llamado socialismo real, ha exacerbado sus contradicciones.<br />
Nos reafirmamos en que es la rebeldía de los pobres y de los que se colocan<br />
en su perspectiva la que puede inaugurar una nueva civilización solidaria, equitativa<br />
y fraterna; pero somos, así mismo, conscientes de las dos posibles desviaciones<br />
en que puede encallar: la pura reivindicación y la violencia. Las dos frustran<br />
la creación de una auténtica nueva civilización.<br />
¿Cómo, entonces, «los pobres pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de<br />
un futuro nuevo y más humano para todo el mundo»?<br />
<strong>En</strong> la medida en que lleguen a ser «pobres en el espíritu». Estamos pensando<br />
en Mahatma Gandhi, en Luther King, en Óscar Romero, tres modelos de pobres<br />
en el espíritu. Se colocan en la perspectiva de los últimos, asumen sus anhelos,<br />
necesidades y aspiraciones; viven en la pobreza y austeridad, porque, para ellos,<br />
vale más la persona que los máximos tesoros de la tierra; se enfrentan a los poderosos<br />
únicamente con la fuerza de la verdad, que los impulsa, contra toda lógica<br />
egoísta, a desobedecerlos y denunciarlos; invencibles por la intimidación y el<br />
soborno, dispuestos a no derramar otra sangre que la suya; introyectan en el pue-<br />
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