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En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana

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equilibrio en el convivir humano; ya que favorece deliberadamente la, así llamada,<br />

competitividad, que no deja de ser un eufemismo para encubrir la lucha de unos<br />

contra otros para dominar e imponerse. Por eso, en este contexto cultural cuantos<br />

dirigen los centros de poder (económico, político, etc.) ven con muy buenos<br />

ojos los esfuerzos que se hacen en la línea de la beneficencia, e, incluso, colaboran<br />

con ellos y los fomentan; pues es la forma de amortiguar y destruir, en los mismos<br />

excluidos y en las personas de buena voluntad pero poco despiertas y conscientes,<br />

las naturales ansias de que los fundamentos de la sociedad cambien. Y la<br />

misma lógica del sistema los lleva a enfrentarse, a perseguir, a callar y a destruir<br />

a cuanto y a cuantos denuncian y ponen de manifiesto que es la sociedad en la<br />

que ellos tienen el poder la responsable y culpable de la injusticia y del sufrimiento<br />

humano.<br />

Se comprende así la distinta actitud que, sin ellos proponérselo, suscitaron<br />

entre los poderosos la Madre Teresa de Calcuta y Monseñor Óscar Romero. Dos<br />

comportamientos, humanos y cristianos ambos, provocan distintas reacciones<br />

porque no son vistos con los mismos ojos.<br />

Porque, en efecto, la Madre Teresa en grado heroico se desvive literalmente<br />

por atender a los pobres en sus necesidades. Su ingente labor –es evidente–<br />

no le da tiempo para otra cosa. Ella misma afirmaba no ser sino una gota de<br />

amor en un mar de sufrimiento. Era consciente de que su vocación no era acabar<br />

con las fuentes del sufrimiento y de la pobreza, sino la de ser un grito ante la<br />

humanidad de que en las condiciones más abyectas la persona humana siempre<br />

es digna de ser amada y servida. ¿Y no es este un grito profético que clama al<br />

cielo contra todos los obradores de injusticia para que nos convirtamos al amor<br />

efectivo a nuestros hermanos?<br />

Y esta conversión, para los que estamos viviendo inmersos en la cultura, en<br />

la economía, en la política, en la organización de esta sociedad concreta, ¿no pasa<br />

porque esa cultura, esa economía, esa política, esa organización social deje de<br />

producir desigualdad, exclusión, pobreza y muerte?<br />

Ante el grito profético que ha supuesto la vida de la Madre Teresa caben tres<br />

posturas. Abandonar voluntariamente este mundo perverso (lo que únicamente es<br />

posible por el cobarde suicidio). O hacer lo que ella: dejar todo para servir a los<br />

pobres. O luchar denodadamente por cambiar este mundo «de salvaje en humano».<br />

(La posibilidad de quedar indiferente ante semejante grito no es humano).<br />

Es un hecho, ciertamente, que ella no rehuía a los ricos y poderosos. Pero,<br />

para que «fuesen, viesen dónde y cómo vivía y ... obraran en consecuencia».<br />

Nunca gritó tanto como cuando cogió al Papa –sin duda el máximo poder religioso<br />

existente en el mundo– y lo llevó a la cabecera de un moribundo abandonado<br />

que acababa de recoger. «Este es el mundo de muerte que hemos fabricado,<br />

en el que vosotros, los poderosos, decís que tenéis poder e influencia».<br />

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