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En vigilante espera - Acción Cultural Cristiana

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el que en la propia constitución de la sociedad se encuentren elementos degenerativos<br />

que tiendan a descomponerla y desintegrarla.<br />

<strong>En</strong>tendemos por agentes externos a la sociedad los que, aun estando dentro<br />

de ella, van a contrapelo de sus valores vigentes, y entendemos por elementos<br />

degenerativos internos los valores en uso que, conformando la realidad social,<br />

perturban la paz y la unidad, cuando no la existencia, de sus propios miembros.<br />

Como ya hemos afirmado en anteriores artículos y editoriales, dos son los<br />

valores vigentes en nuestra sociedad y que como tal la constituyen.<br />

El primero es el ¿derecho? a la posesión ilimitada de bienes materiales y<br />

de consumo, valor asumido en la estructura legal imperante que no pone coto<br />

a la posesión individual a pesar de la llamada fiscalidad, y que imposibilita a los<br />

pobres y excluidos la posesión de la riqueza ya existente, a pesar, también, de<br />

la acción reivindicativa, que no transformadora, de la lucha sindical.<br />

El segundo es el poder, es decir, la capacidad de imponer a otros la voluntad<br />

propia. No queremos extendernos ahora en dónde están y quiénes son los<br />

que toman las decisiones que afectan a nuestra vida de ciudadanos y de personas.<br />

Desde luego al pueblo se le escatima la preparación para tomar decisiones políticas<br />

por sí mismo, e igualmente la posibilidad de tomarlas. Por ley, el pueblo, tras<br />

cada elección, abdica en quien lo gobierne y dirija.<br />

Además, la interdependencia mundial, impuesta por los poderes económicos<br />

con el auxilio de la ciencia y la técnica, hace más compleja la toma de decisiones,<br />

cada día más concentrada en las pocas manos que poseen la información<br />

adecuada.<br />

Es evidente que, de hecho, la corrupción le viene a la sociedad tanto de<br />

agentes externos como internos, y que estos últimos son los más peligros y disolventes.<br />

Si se quiere librar a la sociedad de su aniquilamiento, habrá que luchar<br />

frente a los dos, pero será lo más urgente, por ser lo más importante, la creación<br />

de nuevos valores de solidaridad y servicio que sustituyan y neutralicen a los venenosos<br />

del acaparamiento y del dominio, causantes de toda lucha y muerte entre<br />

los hombres.<br />

El problema, sin embargo, está en cómo luchar frente a los que hemos llamado<br />

agentes externos e internos de corrupción para introducir en la sociedad<br />

los valores de comunión en toda clase de bienes y de disponibilidad en el servicio<br />

de unos con otros.<br />

Supuesta la ¿buena? voluntad de los reformadores o transformadores, éstos<br />

pueden seguir tres caminos: domar, amaestrar o educar a la sociedad.<br />

Para la doma basta la fuerza bruta: castigar con efectividad y contundencia<br />

a cuantos delinquen. El gravísimo inconveniente para este camino, que le invalida<br />

como solución humana, es, por una parte, que no parece digno imponer a<br />

nadie aquello de lo que no está convencido, y, por otra, que tampoco resulta fácil<br />

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