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La Otra Banda (1978)

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-Que yo sepa, don Macario, vienen en plan de reclamo contra Siriaco. <strong>La</strong><br />

enemistad personal entre ellos los puede llevar a un desafío en su propia Jefatura.<br />

-¿Qué podemos hacer, Víctor Manuel? Tú eres amigo de todos ellos y eres amigo<br />

mío. Tenemos que buscar un arreglo –le expresó, sin poder ocultar su rostro demudado.<br />

-<strong>La</strong> única solución, don Macario, es que usted le envíe un emisario a Abrahán<br />

Siriaco y le diga que no lo puede recibir mañana, que no venga mañana. Si insiste le<br />

ordena que no venga. Esa es una precaución, si a usted se le ocurre otra, tómela, para<br />

eso es el Jefe Civil.<br />

Víctor Manuel se retiró confiado en que Macario Pérez impediría la entrada a San<br />

Francisco, de Abrahán Siriaco. Pero esto no podía asegurarlo. Macario Pérez se encerró<br />

en la Jefatura Civil, se acuarteló. Un policía salió en dirección a <strong>La</strong> Siriaquera. Cuando<br />

Víctor Manuel lo vio pasar, se sintió satisfecho de haber contribuido a evitar un crimen.<br />

Sin embargo, dudó que el policía hiciera desistir a Siriaco de que no entrara a San<br />

Francisco al otro día, y menos que lo obligara por la fuerza. El Secretario de la Jefatura<br />

salió a almorzar a su casa e hizo correr el rumor de que había el temor de una batalla<br />

campal, Abrahán Siríaco podía negarse a acatar la orden del Jefe Civil o venir por otro<br />

camino distinto al que llevaba el policía. Era jueves por la tarde. <strong>La</strong> cita era el viernes<br />

por la mañana. El rumor de que existía el peligro de una confrontación armada entre<br />

ganaderos de <strong>La</strong> <strong>Otra</strong> <strong>Banda</strong>, se corrió a lo largo de todo el pueblo. De una casa a otra<br />

pasaba a través de puertas, ventanas y rendijas. <strong>La</strong> atmósfera que se respiraba era de<br />

miedo. <strong>La</strong> situación se agravó a las cinco de la tarde del jueves, cuando Leonardo<br />

Hernández hizo su entrada a San Francisco en dirección noroeste. Los pasos de su mula<br />

se oían en todas las casas, cuyas puertas estaban cerradas. Hernández extrañó el<br />

silencio, creyó que la cercanía de la noche había inclinado a los parroquianos a<br />

refugiarse muy temprano en sus viviendas. Avanzó hacia su casa, pero como tenía<br />

obligatoriamente que pasar primero frente a <strong>La</strong> Casa Grande, se detuvo a saludar.<br />

Tampoco se sorprendió por la presencia del Dr. Riera porque ambos habían acordado<br />

encontrarse en el villorrio para visitar al Jefe Civil. Saludó, pero no quiso bajarse de su<br />

mula. Voy a mi casa y regreso, quiero ver a mi mujer y a Leonardito que ya está<br />

grandecito. Siguió hasta su casa. A los pocos minutos llegaban a <strong>La</strong> Casa Grande, los<br />

hermanos Aquiles y Cornelio Oropeza. El último en llegar fue Jacinto Campos.<br />

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