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La Otra Banda (1978)

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-No te preocupes tanto por la comida –comentaban en el interior de las casas.<br />

Hernández realizó el recorrido con absoluta normalidad. Se le veía muy<br />

tranquilo, muy sereno. Su mula pisaba con mucha fuerza. Cuando llegó a la Jefatura<br />

Civil vio un solo policía. Macario Pérez sudaba copiosamente.<br />

-Adelante, señor Hernández. Hace mucho calor. Siéntese. Está en su casa. Lo<br />

estaba esperando desde hace rato. ¡Luisito! –le ordenó al Secretario- tome nota de lo<br />

que va a exponer el señor Hernández.<br />

-Desde que compré mi hacienda <strong>La</strong>s Vegas vengo teniendo problemas con<br />

Abrahán Siriaco, el dueño de <strong>La</strong> Siriaquera. Aunque no soy yo solo. Todos los vecinos<br />

tenemos problemas con él. Yo he venido a plantearle lo que a mí me está pasando.<br />

Antes se me perdía el ganado. No a mi nada más. A todos. Se pasaba de mis potreros a<br />

<strong>La</strong> Siriaquera, porque los alambres los tumbaban y el ganado no aparecía más. Todavía<br />

se me pierde ganado, pero lo más grave ahorita es que Abrahán Siriaco me está<br />

echando su ganado en mis potreros y todos los días tengo que sacarlo y esto no puede<br />

seguir así.<br />

-Yo creo que esto tiene arreglo. Hay que echar buenos alambres. Yo voy a llamar<br />

al señor Siriaco la próxima semana.<br />

-Eso es todo –dijo Leonardo Hernández y se levantó. El Secretario miró al Jefe<br />

Civil. Este miró a Hernández y le manifestó:<br />

-No se preocupe, señor Hernández, que esto lo arreglamos, para eso son las leyes.<br />

Leonardo Hernández salió de la Jefatura Civil a los quince minutos de haber<br />

llegado. También se dirigió a <strong>La</strong> Casa Grande. Mientras avanzaba el día la atmósfera se<br />

hacía más tensa. Al arribar a la casa de Arapé los hermanos Oropeza subieron a sus<br />

respectivas cabalgaduras. Resolvieron ir juntos. Cuando faltaban unos cien metros para<br />

llegar a la Jefatura, Luisito se asomó por la ventana y observó la imagen aún lejana de<br />

dos hombres. Saltó de la ventana.<br />

-¡Don Macario! ¡Ahí viene don Abrahán Siriaco!<br />

<strong>La</strong> confusión del Secretario provocó pánico momentáneo, pero inmediatamente<br />

los hermanos Oropeza fueron identificados por el policía de guardia, quien no había<br />

oído a Luisito, porque esperaba en la puerta de entrada.<br />

-Ahí vienen los hermanos Oropeza –anunció el policía.<br />

Macario Pérez respiró profundo y ordenó<br />

¡Páselos en seguida!<br />

Luisito palideció de vergüenza y de miedo. Le temblaban las manos y casi no<br />

podía escribir, cuando oyó la voz imperativa de Macario Pérez:<br />

-¡Pórtese como un hombre, Luisito! Pasen adelante los hermanos más unidos de<br />

<strong>La</strong> <strong>Otra</strong> <strong>Banda</strong>. Están en su casa.<br />

-Nosotros -expresó Aquiles- venimos a pedir protección legal contra el robo de<br />

nuestro ganado y por la ocupación de nuestros potreros por ganado de Abrahán<br />

Siriaco.<br />

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