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La Otra Banda (1978)

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-Mire, vale Pedro, usted siempre me quiere joder con su preguntadera. ¿Por qué<br />

no se lo pregunta al propio Lino? Yo sí creo que él es más amigo nuestro que los<br />

Siriaco. Por lo menos no nos ha quitado nada.<br />

-Si yo no lo digo por él, sino por los demás. ¿Cómo va a hacer Lino para quitarle<br />

a los Siriaco esas tierras? Los Siríaco tienen mucho dinero y usted sabe que el dinero lo<br />

puede todo.<br />

-Vamos a hacer una vaina, vale Pedro, vamos a preguntárselo a Lino cuando<br />

vuelva. Mientras tanto no me recule, tenga el machete amolao.<br />

-Yo se lo preguntaba, vale Juan, para ver si usted se había dado cuenta de que<br />

ahora lo que valen son los documentos y nosotros los tenemos, los consiguió nuestro<br />

compañero y amigo Lino Coronel.<br />

<strong>La</strong> conversación se extendía por largo rato, en la medida en que avanzaba la<br />

noche dejaban de hablar, al sentir que alguien dormía. Generalmente Pedro Rodríguez<br />

era el último en conciliar el sueño. Mientras estaba despierto se hacía infinidad de<br />

preguntas, de las cuales una se la había planteado a Juan Vicente Vásquez.<br />

¡Si vale Juan supiera que no puedo dormir! <strong>La</strong> cabeza me da vueltas pensando si<br />

será cierto todo lo que dice Lino. Parece que todo hubiera cambiado. Uno no acaba de<br />

terminar de ver esas vainas raras. Ahora y que se van a joder los ricos. Será la primera<br />

vez desde que el mundo es mundo. Pero yo lo que necesito es dormirme.<br />

Pedro Rodríguez tenía aproximadamente treinta años, aunque parecía un hombre<br />

de más de cincuenta. Desde muy niño trabajó desde las cinco de la mañana hasta la seis<br />

de la tarde, en <strong>La</strong> Siriaquera. Hacía apenas unos dos meses que había dejado de trabajar<br />

allí, debido a una infección intestinal que lo debilitaba permanentemente. Cuando se<br />

agravó, un día no se pudo levantar, el caporal le dijo que sería mejor que se fuera a<br />

descansar a un rancho que tenía su hermano en las cercanías de esa hacienda.<br />

Rodríguez experimentaba mejoría durante algunos días, pero no podía trabajar y como<br />

no recibió ninguna prestación social por sus años de trabajo en <strong>La</strong> Siriaquera, tenía que<br />

vivir con su hermano que tenía un conuco y un rancho en el cual se podía alojar.<br />

Durante varios años recibió ofertas de que mejoraría su salario y la ración de caraotas<br />

negras con suero y arepas que recibía dos veces al día. Nunca recibió mejora alguna e<br />

incluso llegó a considerar normal que fuera así. “Para que haiga ricos tiene que haber<br />

pobres”. Que su situación pudiera cambiar era algo inconcebible que pasara por su<br />

mente sin que experimentara serias dudas. De allí su carácter malicioso, de allí sus<br />

dudas ante lo que decía Lino Coronel.<br />

Juan Vásquez era un campesino profundamente ingenuo, capaz de creerle a toda<br />

persona que hablara con mayor soltura y seguridad que él. Por eso apreciaba a Lino<br />

Coronel y creía todo lo que éste decía en sus continuas arengas cada vez que visitaba<br />

esa zona. Vásquez siempre trabajó su conuco en la cima de una montaña prácticamente<br />

inaccesible para el ganado. <strong>La</strong>s reses de <strong>La</strong> Siriaquera llegaban hasta el piedemonte. No<br />

fue molestado por la terrofagia de Siriaco. Nunca quiso trabajar para éste y sentía un<br />

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