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La Otra Banda (1978)

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mataría. Pero el Dr. José Antonio Riera no me dijo nada acerca de la defensa. Sólo<br />

quiere que yo lo mate. Yo no soy tan pendejo para no saberlo. ¿No será esta una<br />

justificación mía para no matarlo? ¿Para pasarle por un lado sin saludarlo o para<br />

regresarme? Seguiré subiendo por la quebrada. Nunca me he regresado y no me<br />

regresaré ahora. <strong>La</strong> mula bajó el pescuezo en señal de que quería beber agua. Leonardo<br />

contuvo la marcha. Mientras la mula bebía agua, el sol le llegó por la espalda como si<br />

quisiera saludarlo. Adelante Leonardo. Tú, Leonardo Hernández, no puedes regresarte.<br />

En <strong>La</strong> <strong>Otra</strong> <strong>Banda</strong> nadie lo cree. Dialogaba con la mula, con el sol, con el día. A su<br />

lado, en el valle de la quebrada el Dividivi, algunas casas de campesinos, muy distantes<br />

una de la otra le indicaban que podía mitigar su sed, que gente amiga o simplemente<br />

conocida le ofrecerían por lo menos un cafecito negro, pero tenía que abandonar el<br />

camino real y en ese momento Abrahán Siriaco podía pasar hacia San Francisco. Si voy<br />

a matar a Siriaco o él me va a matar a mí, ¿para que voy a tomar café? Si me desvío del<br />

camino es una cobardía. Abrahán Siriaco no puede volver vivo a San Francisco. <strong>La</strong><br />

última vez entrará muerto. <strong>La</strong> mula avanzaba y las casas desaparecían del alcance de su<br />

vista. Ahora es imposible tomar café, tomar agua. El único preso seré yo. El Dr. Riera,<br />

los hermanos Oropeza y Jacinto Campos no serán molestados más por Abrahán Siriaco.<br />

Si sigue viviendo nos jode a todos. El Dr. Riera se hará millonario, logrará su objetivo.<br />

Pero yo no puedo echar atrás. Ando solo, y Siriaco anda acompañado. <strong>La</strong> mula<br />

chapaleaba el agua cristalina de la quebrada. Nunca he tenido guardaespaldas, nunca<br />

los he necesitado. Se acercaba a las cabeceras de la quebrada y debía abandonar el<br />

lecho de la misma. A cien metros apareció Abrahán Siriaco con su guardaespaldas y la<br />

mula de remonta. Leonardo contuvo su cabalgadura. Siriaco hizo algo similar.<br />

Hernández decidió avanzar y Siriaco lo imitó. Cuando estaban a unos cincuenta metros,<br />

Leonardo le gritó:<br />

-¡Siriaco, le llegó el día, saque su revólver, defiéndase, que lo voy a matar!<br />

-¡Hernández, podemos llegar a un arreglo! ¡usted y yo nada más!<br />

-¡Defiéndase! –repitió Leonardo Hernández y se llevó la mano a la cintura.<br />

El guardaespaldas de Abrahán Siriaco había retrocedido unos metros, haciendo<br />

recular su mula con el freno. El dialogo que Siriaco trataba de entablar previamente<br />

concebido, era para que Marrufo disparara primero, en cualquier circunstancia. Siriaco<br />

no movió sus manos, con lo cual le impedía a Hernández que lo matara indefenso. El<br />

guardaespaldas disparó, pero falló. Al errar siguió retrocediendo en su mula. Hernández<br />

disparó. Siriaco disparó. El guardaespaldas huyó. Hernández disparó cinco veces<br />

seguido. Siriaco se desplomó de la mula. Leonardo Hernández se acercó. El dueño de<br />

<strong>La</strong> Siriaquera ya no vivía. Tomó en sus manos el revólver de Siriaco y regresó a San<br />

Francisco.<br />

Cuando hablaban Víctor Manuel y Macario Pérez entró al despacho del Jefe<br />

Civil, con la misma ropa del día anterior, serio el rostro, firme al andar y con dos<br />

revólveres fuertemente asidos por el cañón.<br />

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