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La Otra Banda (1978)

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“enemigo del gobierno” era algo desconcertante que el propio Jefe Civil, en principio,<br />

no encontraba qué hacer con el preso, hasta que se le ocurrió que debía enviarlo para<br />

Carora, desde donde sería trasladado a <strong>La</strong>s Tres Torres, famosa cárcel en la que<br />

asesinaban lentamente a los presos políticos, a quienes un bárbaro, un ser casi primitivo<br />

que hacía de Presidente del Estado, Eustoquio Gómez, los condenaba a muerte segura.<br />

Benito González, un campesino analfabeto, se convirtió en el primer preso<br />

político que saldría de <strong>La</strong> <strong>Otra</strong> <strong>Banda</strong> a purgar con sus huesos en las mazmorras de una<br />

cárcel construida para la muerte, para poder ampliar el latifundio de Abrahán Siriaco.<br />

El mismo día que trasladaron a Benito González a Carora, el propio Siriaco se<br />

presentó en el rancho de la mujer de aquél. Esta rezaba por el regreso de su marido.<br />

-Señora Carmela, yo lamento mucho lo sucedido, pero estoy dispuesto a ayudarla<br />

y lograr que pongan en libertad a su marido. Yo le voy a dar para el pasaje, que me lo<br />

puede pagar con uno de esos cochinitos, para que vaya a ver a Benito. Dígale que no<br />

sea terco, que no se meta con el gobierno, que se vaya un tiempito a trabajar al Zulia<br />

para que se olviden de él. Yo le compro estas huertas. Dígale que me firme este<br />

documentico, que yo hago que lo pongan en libertad. Pero que se comprometa a no<br />

volver por aquí, por unos meses. Si necesita alguna recomendación para el Zulia yo se<br />

la puedo dar.<br />

El documento era una escritura, mediante la cual Benito González le vendía a<br />

Abrahán Siriaco las huertas que poseía colindantes con <strong>La</strong> Siriaquera.<br />

-Muchas gracias, don Abrahán, no sabe cuanto se lo agradezco, pero no encuentro<br />

con quien dejar mis muchachos.<br />

-No se preocupe, señora Carmela, mientras usted va y viene, a Carmelita, que<br />

tiene doce años, la deja en mi casa y el mayor cuida de los pequeños. Aquí no les<br />

faltará nada, cualquier cosa o problema que tengan, para eso estoy yo, para ayudarlos.<br />

Cuando Carmela González decidió viajar a Barquisimeto pasó por <strong>La</strong> Siriaquera<br />

y dejó a Carmelita en la casa de Abrahán Siriaco. Recibió una carta para el<br />

Comandante Yépez, quien a su vez le extendería otra que la condujo directamente, sin<br />

mayores antesalas, al calabozo donde estaba su marido. Entre sollozos hizo que Benito<br />

estampara sus huellas digitales en el documento que convertía a Abrahán Siriaco en<br />

dueño de su pequeña huerta.<br />

Carmelita huyó de <strong>La</strong> Siriaquera en la madrugada del día siguiente a su llegada,<br />

después de batallar inútilmente contra la lujuria exacerbada y violenta de Abrahán<br />

Siriaco. Sin tener noción del tiempo que transcurría durante la primera noche que<br />

pasaría fuera de su rancho, Carmelita no podía dormir. Pensaba en el regreso de su<br />

padre, en la vuelta al conuco, en sus cochinos, en las gallinas, en su pequeñito mundo<br />

que la hacía feliz como el pájaro que volaba a su alrededor. Sumergida en ese mundo<br />

cuyos límites estaban determinados por el alcance de su mirada, y sus dimensiones por<br />

las imágenes que revelaba su pensamiento adolescente y su inocencia, sintió de pronto<br />

que era aplastada por un peso irresistible. Los ciento veinte kilos de Abrahán Siriaco.<br />

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