La Otra Banda (1978)
La Otra Banda (1978)
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SERÍAN las seis de la mañana cuando Leonardo Hernández se disponía a montar<br />
su cabalgadura para iniciar un nuevo viaje a comprar unos trescientos novillos, según<br />
los planes que se había trazado para hacerse del dinero que requerían sus objetivos<br />
matrimoniales. Antes de montar en su mula recibió simultáneamente a Rosa Amelia<br />
que le servía café negro en una taza humeante y a don Víctor de Jesús Arapé que traía<br />
en sus manos una paca de billetes y una mochila con monedas de plata. Hernández<br />
tomó la taza de café en sus manos y por primera vez en su vida sintió miedo de sólo<br />
existir. De un solo trago ingirió la taza de café. No sintió el calor de la bebida. Don<br />
Víctor de Jesús lo sacó de la situación aparentemente embarazosa en que se<br />
encontraba. Recibió la taza, se la extendió a Rosa Amelia y se volteó para decirle:<br />
-Aquí esta el dinero de los cuarenta y cinco mautes y dos mil pesos más para que<br />
me traiga doscientos novillos en su próximo viaje.<br />
Leonardo no pudo mirar a Rosa Amelia. <strong>La</strong> presencia de Arapé lo sustrajo de su<br />
mundo confuso e ilusorio que le creaba la hija de su protector y amigo. Volvería a<br />
internarse en las montañas de Falcón, región que conocía perfectamente. Hacia dos días<br />
que había despachado a sus peones para que le esperaran en una de las haciendas donde<br />
compraría parte del ganado. Prefería viajar solo. Con ello aumentaba la aureola que<br />
cubría su nombre, de cierta leyenda que lo hacía inmune a ataques o emboscadas. Por<br />
momentos pensó en la posible compañía de Rosa Amelia. No sintió miedo sino<br />
vergüenza. Rosa Amelia y todas las mujeres deben estar en la casa y el hombre debe<br />
afrontar todos los riesgos. Recobró su habitual serenidad espiritual y su rectitud física.<br />
Le extendió la mano a don Víctor, y éste le expresó:<br />
-Ud. no debe ir solo. Lleva mucho dinero encima...<br />
-También llevo revólver, don Víctor. No se preocupe, tigre no come tigre.<br />
Se reía y dejaba ver sus dientes que parecían afilados con una lima y aún<br />
conservados intactos. Con las alforjas de la silla de montar rebosantes de dinero, una<br />
larga peinilla que colgaba paralela a la pierna izquierda y un revólver Smith Wesson,<br />
calibre 38, en la cintura, cubrió la primera parte de su itinerario e hizo escala en<br />
Altagracia. Lo recibió en su casa Cupertino Saldivia, animador de todas las fiestas que<br />
allí se realizaban en el villorrio y defensor incansable del patrimonio político de su<br />
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