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La Otra Banda (1978)

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Durante el primer año los campesinos no recibieron los créditos ofrecidos, pero<br />

lograron que Héctor Siriaco les fiara la comida, la semilla y la poca ropa que<br />

necesitaban, en un negocio o pulpería-botiquín que el dueño de El Escondite estableció<br />

a las afueras de su finca. <strong>La</strong> falta de lluvias hizo disminuir las cosechas, lo que obligó a<br />

algunos campesinos a abandonar prematuramente el asentamiento agrícola.<br />

<strong>La</strong> falta la asistencia técnica y crediticia los iba obligando a volver emigrar. <strong>La</strong>s<br />

parcelas que abandonaron los campesinos las volvió a ocupar Héctor Siriaco con su<br />

ganado. Cuando se produjo el abandono total del asentamiento campesino que se había<br />

creado en <strong>La</strong> Siriaquera, ocupó con su ganado la totalidad de lo que fuera su antigua<br />

herencia paterna.<br />

Cuando algún campesino se presentaba en su negocio, le decía:<br />

-Cuando Ud. quiera volver, estas tierras son suyas. Yo lo que hago es cuidárselas.<br />

No se las compro porque ustedes no las pueden vender. Cuando vuelva la reforma<br />

agraria será necesario que ustedes pidan que les den los documentos de propiedad, para<br />

que puedan vender cuando se vayan para las ciudades.<br />

Pero la reforma agraria no volvió. Los campesinos tampoco. Héctor Siriaco sí<br />

volvió a medir sus extensiones hasta los límites de lo que fundara su padre mediante el<br />

desalojo de numerosos campesinos.<br />

En su negocio-botiquín de se reunían los campesinos del asentamiento. Los<br />

últimos dos que abandonaron sus parcelas consumieron varias cajas de cerveza para<br />

celebrar su despedida de la tierra que los vio nacer, pero que no podían seguir<br />

cultivando.<br />

-El culpable de todo esto es un tal Pinto que mandaron de administrador. Ese lo<br />

que hizo fue robarnos y cogerle las hijas a los parceleros.<br />

-Mira, Pantaleón, la hija mía no me la coge ese carajo porque lo mato.<br />

-<strong>La</strong> mía tampoco. Pero tú sabes, Juvenal, lo que ha pasado y eso es lo más grave,<br />

a la que le gusta que lo aproveche. Lo que nos ha pasado y esto no importa que lo oiga<br />

don Héctor, es que los créditos no nos llegaron y nosotros firmamos las planillas como<br />

si los habíamos recibido y el administrador no volvió.<br />

-Se cogió los reales –comentó Héctor Siriaco. -Mientras no haya gente honrada<br />

no se puede trabajar. Yo tengo que estar el frente de mi negocio vendiéndoles a ustedes<br />

sus palitos, si pongo a otro me roba, me pasa como a ustedes.<br />

-Juvenal es testigo de que yo propuse varias veces que nosotros mismos<br />

administráramos nuestras tierras, no tenía que venir uno de afuera a mandarnos.<br />

-Eso es cierto, don Héctor. Sírvame un ron Cacique, la cerveza me llena mucho. -<br />

Pantaleón estaba dispuesto a ponerse al frente, pero no lo dejaron.<br />

Héctor Siriaco observaba con actitud de solidaridad la despedida de los últimos<br />

parceleros. Otros campesinos que abandonaron el asentamiento fueron en cierto modo<br />

estimulados por Siriaco, quien llegó incluso a darles cartas para sus hermanos, a<br />

quienes les pedía que les consiguieran trabajo, que las parcelas quedaban bajo su<br />

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