Salud pública e identidad - Memorias Conferencia PES 2012
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98 El sujeto, la ética y la salud La salud y la vida 99<br />
la enfermedad, con la esperanza de producir, por<br />
descuento, la salud. Ofrecíamos a principios de<br />
siglo extirpar, erradicar muchas enfermedades,<br />
pero más tarde nos vimos obligados a pensar en<br />
controlarlas, después aceptamos que sería más<br />
conveniente vigilarlas y en estas últimas décadas<br />
más bien observamos angustiados como<br />
vuelven a reemerger en nuestra América Latina<br />
viejos males de los que casi nos habíamos olvidado,<br />
los mismos que se mezclan y danzan con<br />
enfermedades que sellan nuestra incursión en<br />
una modernización impuesta.<br />
Nuestros sueños de salud fueron también sueños<br />
científicos. Pensábamos que la razón-ciencia-técnica<br />
daría total cuenta de nuestros problemas.<br />
El extraño matrimonio de la ciencia con<br />
la enfermedad produciría, paradójicamente, la<br />
salud; la intervención científico-técnica sobre el<br />
cuerpo individual y la acción científico-estatal<br />
sobre los cuerpos colectivos transformados en<br />
objetos asegurarían el éxito.<br />
Sanitaristas, enfermeras, médicos y personal de<br />
salud nos asomamos al siglo XX con la seguridad<br />
infinita en nuestro conocimiento y en nuestros<br />
instrumentos —que constantemente se perfeccionarían—,<br />
para controlar desde fuera la máquina<br />
corporal, prevenir las enfermedades, curar<br />
y rehabilitar sus maltrechos mecanismos.<br />
Al apagarse este oscuro fin de siglo empezamos<br />
nuevamente a comprender algo que sabíamos<br />
desde antaño: que la orgullosa, eterna y universal<br />
ciencia de la enfermedad no puede interpretar<br />
íntegramente la compleja, diversa, particular<br />
y temporal salud de los sujetos. Sueños deificados<br />
que se han transformado en pesadillas que<br />
nos obligan a despertar.<br />
Enceguecidos por la luz de la razón parece que<br />
en este momento es obligatorio también mirar<br />
al ensombrecido sujeto individual, los movimientos<br />
sociales, la comunidad, la cultura.<br />
Embarcados en el viaje hacia la objetividad que<br />
hacía tabla raza de todas las “tradiciones, vínculos<br />
y creencias, o sea la colonización de la<br />
experiencia vital por la previsión y el cálculo” 1 ,<br />
parece que debemos encontrar un puerto en la<br />
subjetividad sin abandonar la ciencia y la técnica.<br />
Nuevamente tenemos que recordar que las<br />
mujeres y los hombres debemos establecer los<br />
fines mientras que la ciencia tan solo proseguirá<br />
siendo un medio. 2<br />
El ciudadano<br />
Hemos vivido dos siglos bajo el convencimiento<br />
de que la razón y el Estado nos entregarían la<br />
solución de todos nuestros problemas económicos,<br />
sociales o políticos. También hemos creído<br />
que la razón posibilitaría establecer un contrato,<br />
a través del cual nos sería posible organizar un<br />
centro o Estado, que fundamentado en el conocimiento<br />
científico podría acumular todo el<br />
poder necesario para comandar la producción<br />
de bienes materiales y espirituales, distribuir<br />
igualitariamente la riqueza producida, instituir<br />
la ley, asegurar la libertad de los individuos y<br />
brindar la felicidad a todos.<br />
Con esta idea en mente pudimos solucionar el<br />
conflicto entre la racionalización y la subjetivación<br />
existente en el mundo dualista cristiano<br />
y cartesiano que había acompañado nuestra<br />
reflexión durante los siglos anteriores. Los derechos<br />
del hombre y el ciudadano que fueron<br />
explicitados todavía en su dualidad en 1789 se<br />
unificaron con la preeminencia de la noción de<br />
ciudadanía. El ciudadano debía tomar como eje<br />
de su preocupación y acción la utilidad social,<br />
esto es, trabajar para factibilizar la producción<br />
de riqueza mejorada en su eficiencia por la ciencia,<br />
la tecnología y la administración, posibilitar<br />
la centralización y concentración del poder en<br />
el Estado y la ley y, de esta manera, construir<br />
el bien común. Correspondencia de una cultura<br />
científica, de una sociedad ordenada y de individuos<br />
libres comandados por la razón que al<br />
mismo tiempo define el ser del ciudadano. “La<br />
razón se encarna en la sociedad moderna y la<br />
conducta normal es la que contribuye al buen<br />
funcionamiento de la sociedad. El hombre es<br />
ante todo un ciudadano”. 3<br />
La idea de modernidad sustituye a Dios por<br />
la ciencia, la misma que deber ser el principio<br />
organizador de la vida personal y colectiva asociándola<br />
al tema de la secularización y alejando<br />
toda idea de “fines últimos”. El ciudadano debe<br />
encargarse de este cometido y cualquier elemento<br />
finalista debe quedar consignado en su vida<br />
privada o transformarse en ascentismo dentro<br />
del trabajo. Por otro lado, para que avance la<br />
modernidad, el ciudadano debe comprometerse<br />
revolucionariamente con la total racionalización<br />
de la vida social, es decir, la destrucción de los lazos<br />
sociales, de los sentimientos, de las costumbres<br />
convencionales que oscurecen y estrechan<br />
su vida, lo cual es logrado por la misma ciencia,<br />
la tecnología, la educación —mediadora entre el<br />
alumno y los valores universales de la verdad, lo<br />
bello y lo bueno— y las políticas sociales de modernización<br />
que hacen tabla raza de las creencias<br />
y formas de organización que no descansan<br />
sobre postulados científicos.<br />
Este proyecto conducirá a los modernistas al<br />
sueño de crear una sociedad nueva y un hombre<br />
nuevo a los que en nombre de la razón impondrán<br />
coacciones mayores que las de las monarquías<br />
absolutas, coacciones que constantemente<br />
han sido justificadas a través de supuestas demostraciones<br />
de que la sumisión al orden natural<br />
de las cosas procura placer y corresponde<br />
a las reglas del buen gusto. De esta manera el<br />
ciudadano, a más de ser un revolucionario portador<br />
de la ciencia, debe someter su gusto y placer<br />
a la razón. Como diría Locke: “la naturaleza<br />
se imprime en el hombre por los deseos y por<br />
la felicidad que procura la aceptación de la ley<br />
natural o por la desgracia que es el castigo de<br />
quienes no lo siguen”. 4 De lo que se trata es de<br />
unir, a través del discurso moderno y racional, al<br />
hombre con el mundo y borrar cualquier dualismo:<br />
el ser humano es natural y está supeditado<br />
a las leyes naturales, lo cual pasa a ser la esencia<br />
del ciudadano.<br />
La sociedad remplaza a Dios como principio<br />
de juicio moral y se transforma en la base de<br />
explicación y de juzgamiento de los deberes de<br />
los ciudadanos que aceptan someterse por libre<br />
y voluntaria decisión al poder del Leviatán<br />
o voluntad general (Hobbes y Rousseau) y que<br />
se expresa en el Contrato Social. En esta forma,<br />
el poder de la política sustituye al poder de la<br />
religión: la nación es la razón, el civismo es la<br />
virtud. El hombre se transforma en ciudadano<br />
o actor definido por las obligaciones y roles que<br />
deben jugar en su sociedad; no tiene necesidad<br />
de mirar sus orígenes, su subjetividad, su religión,<br />
su cultura, su mundo local, sino que únicamente<br />
tiene que reflexionar sobre lo que es útil<br />
o nocivo para el desarrollo y supervivencia del<br />
organismo social. El actor se fundó con el sistema,<br />
el individuo con la ley, la felicidad con la virtud.<br />
“La concepción clásica de la modernidad es,<br />
pues, ante todo, la construcción de una imagen<br />
racionalista del mundo que integra al hombre en<br />
la naturaleza, al microcosmos en el macrocosmos,<br />
y que rechaza todas las formas de dualismo<br />
del cuerpo y del alma, del mundo humano y de la<br />
trascendencia”. 5<br />
1. Touraine, A. Crítica de la modernidad. Madrid: Ediciones temas de Hoy; 1993.<br />
2. Prigogine, I. y Stenger, I. Entre o tempo e a eternidade. São Paulo: Editora Schwarcz Ltda.; 1992.<br />
3. Touraine, A. Op. cit., p. 448.<br />
4. Locke, J. “Tratado sobre el gobierno”. Mencionado por Russell, B. La sabiduría de Occidente. Madrid:<br />
Aguilar; 1975.<br />
5. Touraine, A. Op. cit., p. 47.