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Salud pública e identidad - Memorias Conferencia PES 2012

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160 Integralidad y vida La salud y la vida 161<br />

medio. Su organización establece su <strong>identidad</strong>,<br />

mientras que su adaptación expresa su capacidad<br />

de interaccionar con su medio evitando su<br />

desintegración y ratificando su organización. En<br />

esa medida no existen seres vivos más o menos<br />

adaptados, si están vivos es porque están adaptados.<br />

Por otro lado, si están adaptados y pueden conservar<br />

su organización, si pueden vivir, es porque<br />

conocen el medio. Por tanto, vivir es conocer<br />

y conocer es vivir. La última frase nos pone en<br />

conflicto con la afirmación cartesiana “pienso,<br />

luego existo”, que nos conduce a concebir que el<br />

conocimiento está fundado, por completo, en el<br />

pensamiento o en la razón; al contrario, el conocimiento<br />

se hallaría más bien fundado en el<br />

vivir, donde la potencialidad de aprendizaje radicaría<br />

en el cambio de formas de convivencia.<br />

En esa medida, requerimos primero interpretar<br />

el conocimiento que ocurre en práctica ya que<br />

“todo hacer es conocer y todo conocer es hacer”<br />

(Maturana. 1993), para luego acometer el conocimiento<br />

que se da a través del pensar.<br />

En esa medida, cualquier propuesta de integralidad<br />

tiene que hacer referencia a las formas de<br />

práctica y convivencia, crisol donde se funden<br />

las ideas que necesariamente recolocan al ser<br />

humano como un ser complejo, definido por su<br />

racionalidad, pero también por su irracionalidad;<br />

por su capacidad de trabajo y producción,<br />

pero también por su realidad lúdica; por su carácter<br />

pragmático, pero también por su fuerza<br />

imaginativa; por su capacidad económica, pero<br />

también por sus necesidades de consumo; por<br />

su vida prosaica, pero también por su esencia<br />

poética.<br />

Por cuanto el conocer está íntimamente imbricado<br />

con el vivir y viceversa, es mandatorio pensar<br />

que cualquier propuesta de integralidad siempre<br />

expresará las bases biológicas y culturales de<br />

sus creadores pero, además, tendrá que integrar<br />

las características complejas del ser humano ya<br />

enunciadas anteriormente. En otras palabras,<br />

la integralidad no puede definirse únicamente a<br />

partir de la razón instrumental y al mundo de<br />

las cosas, sino que deberá considerar primeramente<br />

aquellas otras racionalidades ligadas al<br />

mundo de la vida.<br />

Al intentar establecer una integralidad donde la<br />

vida es el eje ordenador, es por lo tanto indispensable<br />

interpretar las características propias<br />

de la realidad antes de tratar de explicarlas. El<br />

método tradicional concibió la realidad como<br />

un autómata ordenado y racional, donde “Dios<br />

no juega a los dados”, conforme sostiene Einstein;<br />

en esa medida, el mundo siempre era explicable<br />

bajo el amparo de la razón positivista.<br />

En los momentos actuales la concepción de la<br />

realidad, como Stapp indica, “es fundamentalmente<br />

anárquica o fundamentalmente indivisible”<br />

(Randall. 1976), lo cual comanda en todo<br />

momento a tratar de interpretar los caprichos<br />

de la realidad antes de explicarla. En las ciencias<br />

sociales, Giddens nos recomienda cumplir en<br />

primer término una hermenéutica a través de la<br />

inmersión del investigador en la vida de la población<br />

para construir con ésta un primer saber<br />

mutuo que posibilite más tarde llevar a cabo una<br />

segunda hermenéutica de carácter explicativa,<br />

enfrentando dicho conocimiento mutuo a las<br />

teorías científicas existentes (Giddens. 1993).<br />

Para poder cumplir aquel primer momento interpretativo,<br />

la ciencia ha debido recurrir a<br />

formas lógicas recursivas que den cuenta de la<br />

naturaleza autoorganizativa de la naturaleza,<br />

autopoiética de la vida y autonómica del sujeto,<br />

mientras que las ciencias sociales proponen registrar<br />

no solamente las expresiones humanas<br />

guiadas por la conciencia discursiva, sino que<br />

aquellas acciones conducidas por formas de<br />

conciencia práctica. En otras palabras, la lógica<br />

instrumental medio-fin que posibilitó la constitución<br />

de la modernidad tiene que necesariamente<br />

ser complementada con una lógica que<br />

posibilite interpretar aquel mundo interconectado<br />

y autoorganizado del que hablamos.<br />

Vida e integralidad<br />

En el acápite anterior se sustentó la necesidad<br />

de que la integralidad sea construida respetando<br />

la especial característica vital del ser humano<br />

productor de las ideas sobre dicha integralidad.<br />

En otras palabras, sostenemos que la integralidad,<br />

a estas alturas no es posible entenderla<br />

como un “reflejo” de la realidad, sino como una<br />

creación o construcción humana que trata de interpretar<br />

el mundo siempre cambiante y como<br />

acción biológica y cultural. Pero, además, es conveniente<br />

concebir que esa integralidad en cuanto<br />

“modelo” de la realidad se ha complejizado notoriamente<br />

en los últimos cincuenta años.<br />

La integralidad constituida desde el siglo XVII<br />

hasta el XX y que se prolonga con fuerza en el<br />

XXI, es una integralidad muy diferente a la que<br />

necesitamos ahora. Galileo nos dice “La filosofía<br />

está escrita en el gran libro que se abre ante<br />

nosotros, pero para entenderlo tenemos que<br />

aprender el lenguaje y descifrar los caracteres<br />

con los que está escrito. El lenguaje es la matemática<br />

y los caracteres son los triángulos, los<br />

círculos y las demás figuras geométricas” (Randall.<br />

1976). Es decir, desde Copérnico y Galileo,<br />

la construcción de una idea de integralidad tan<br />

solo fue posible a través de la comparación de<br />

las cosas, esto es, a través de las matemáticas,<br />

haciendo oídos sordos a las voces de la vida y<br />

de esas mismas cosas en cuanto cambio, movimiento,<br />

autoorganización.<br />

La necesidad de transformar todo en cosas inanimadas<br />

y desconectadas procede posiblemente<br />

del interés de domeñar la naturaleza para hacerla<br />

nuestra. Al respecto, recordemos lo que<br />

nos recomendaba Bacon: la naturaleza debe ser<br />

“acosada en sus vagabundeos”, “sometida y obligada<br />

a servir”, “esclavizada”, “torturada hasta<br />

arrancarle sus secretos” (Merchant. 1980) 1 .<br />

Esos secretos arrancados a la naturaleza permite<br />

la construcción de máquinas, que pueden constituir<br />

metáforas (integralidades) válidas para interpretar<br />

todo, desde los cuerpos físicos hasta el<br />

ser humano, conforme propone Descartes: “veo<br />

el cuerpo humano como una máquina… En mi<br />

opinión… un enfermo y un reloj mal hecho pueden<br />

compararse con mi idea de un hombre sano<br />

y un reloj bien hecho” (Capra. 1982: 65). Más<br />

tarde, la mecánica newtoniana concebirá que<br />

todos los fenómenos físicos se reducen al movimiento<br />

de partículas de materia provocado por<br />

su atracción mutua, esto es, por la fuerza de gravedad.<br />

“A consecuencia de esta idea, el mundo<br />

comenzó a ser considerado un sistema mecánico<br />

que podía describirse objetivamente sin tomar<br />

en cuenta al observador humano, y esta descripción<br />

objetiva de la naturaleza se tornó el ideal de<br />

todas las ciencias” (Capra. Ibídem, 70).<br />

La física moderna ha reemplazado la imagen<br />

mecánica de integralidad del universo por una<br />

de unidad en que todas las partes están interconectadas.<br />

A nivel subatómico, lo esencial no<br />

constituyen las partículas que pueden a su vez<br />

ser ondas, sino las relaciones e interacciones<br />

existentes entre ellas. “Hay movimiento pero,<br />

no hay, en el fondo, objetos que se muevan; hay<br />

actividad, pero no hay actores; no existe danzantes,<br />

solo existe la danza” (Capra. Ibídem, 101).<br />

El mundo fenoménicamente se presenta siempre<br />

para nosotros como nuevo, como variable,<br />

como cambiante, pero la física clásica lo redujo a<br />

apariencias. El siglo XIX interpretó la vida como<br />

constante evolución y entró en conflicto con los<br />

postulados de la ciencia newtoniana, pero ahora<br />

la moderna física ha demostrado a finales del<br />

siglo XX que no solamente las estrellas nacen,<br />

viven y mueren, sino que como el propio universo<br />

tiene una historia, las partículas elementales<br />

no paran de crearse, de desaparece y transformarse.<br />

1. Este comportamiento es muy peligroso: “La unidad de supervivencia es el organismo más el ambiente.<br />

Estamos aprendiendo a través de la amarga experiencia que el organismo que destruye su<br />

ambiente se destruye también a sí mismo” (Bateson. 1992, 516).

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