PECADORES - Ediciones B

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Brian apretó el pulsador de la cisterna y se apoyó contra la pared
del cuarto de baño. Se llevó el dorso de la muñeca a la boca, apretó fuerte
y tragó saliva varias veces tratando de frenar las náuseas.
No sirvió de nada.
Se dobló por la cintura y volvió a vomitar en la taza. Algún día aprendería
por fin qué cantidad de alcohol podía tomar sin sentirse tan mal.
Al parecer, no era precisamente ese día.
—Gilipollas, ¿quieres que te sujete el pelo para que no te manches
—gritó Eric desde fuera, riéndose de él.
—Que te den —respondió Brian, y volvió a vomitar.
—Vaya cantidad de cerveza buenísima estás echando a perder.
—Si la quieres, es toda tuya.
Brian se apoyó en el tabique metálico del cubículo y apretó el botón
de la cisterna con la punta del pie. Permaneció quieto unos instantes
y luego decidió que ya se sentía lo suficientemente bien para salir.
—¿Mejor —preguntó Eric confiando en acertar.
Brian respondió asintiendo con la cabeza.
—Has de impedir que las tías te tomen tanto el pelo.
De buena gana le hubiese respondido algo, pero no se le ocurrió
nada.
Brian se acercó al lavabo y se aclaró la boca con agua varias veces,
antes de mirarse al espejo. Ojos inyectados. Piel blancuzca y ce rúlea.
Se pasó la mano por la cara.
—Joder, qué mala pinta.
—Malísima.
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