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PECADORES - Ediciones B

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—¿Todavía no eres capaz de moverte —preguntó, deseando que<br />

Brian pudiese ayudarla a exorcizar el demonio de Jeremy, que se empeñaba<br />

en dominar sus pensamientos.<br />

—Déjame que lo intente. —Con la mano libre le cogió uno de los<br />

pechos y se lo apretó.<br />

Myrna bajó la vista para contemplar el cuerpo de Brian, y deslizó<br />

la mano vientre abajo hacia la polla fláccida. Ésta reaccionó con un estremecimiento.<br />

Myrna sonrió.<br />

—Reaccionas un poquito...<br />

—Oye, y ¿dónde llevas ese piercing del que nos hablabas anoche<br />

Myrna se sonrojó.<br />

—Os tomaba el pelo. No llevo ningún piercing. Ni ningún tatuaje.<br />

—No me lo creo. Me parece que tendré que comprobarlo por mí<br />

mismo.<br />

Brian le sacó el camisón por la cabeza y la tumbó boca arriba.<br />

—Huuummm... Por aquí no veo ninguno —dijo mirándole los pechos—.<br />

Vamos a inspeccionar más a fondo. —Le acarició los pezones<br />

con las yemas de los dedos, hasta convertirlos en dos botones muy endurecidos.<br />

Bajó luego la cabeza, jugueteó con uno de ellos usando la<br />

punta de la lengua, y después lo chupó entero.<br />

Myrna dio un respingo. Brian chupó con fuerza, dando golpecitos<br />

en el pezón y en la parte inferior del pecho con la lengua.<br />

—No. Comprobado. Aquí no llevas ningún piercing —dijo—. Vamos<br />

a estudiar qué pasa con el otro.<br />

Repitió el mismo tratamiento con el otro pecho. Los dedos de Myrna<br />

se colaron por entre la suave melena de Brian, sujetándole de paso<br />

la cabeza para que la dejara allí. Pero Brian alzó un momento la cabeza,<br />

sopló en su pezón húmedo y el cuerpo de Myrna se estremeció.<br />

Brian se quedó quieto unos instantes, y ella lo miró a los ojos. Él la<br />

miraba fijamente, como si estuviese esperando alguna reacción.<br />

—Si me sueltas el pelo podré continuar mi inspección.<br />

Myrna enrojeció y le soltó la melena. La boca de Brian dejó un rastro<br />

de besos húmedos por la cara lateral del pecho, la parte inferior<br />

también, y después bajó por las costillas hasta el centro del estómago,<br />

para terminar en el ombligo. Introdujo de manera rítmica la punta de<br />

la lengua en ese hueco, y Myrna notó enseguida mucho calor entre los<br />

muslos. Su cuerpo latía de deseo, anhelando que ese ritmo, ese golpeteo,<br />

se colara hasta bien adentro. «¡Fóllame, Brian, por Dios!» Para no<br />

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