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PECADORES - Ediciones B

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cometer el error de decirlo en voz alta, se mordió con fuerza el labio<br />

inferior.<br />

—No llevas ninguna anilla en el ombligo —observó Brian.<br />

Siguió su descenso por el cuerpo de Myrna, dejándole un rastro de<br />

lameteos por el bajo vientre. Un espasmo la recorrió de pies a cabeza,<br />

y una sonrisa afloró a sus labios.<br />

—¿Tienes cosquillas —preguntó él.<br />

—Un poco.<br />

Brian lanzó un soplo fresco sobre el rastro húmedo que había ido<br />

dejando, y la hizo soltar un gemido. Mientras estaba distraída, aprovechó<br />

para sacarle suavemente los panties.<br />

—Tengo que hacer mis comprobaciones en otra parte de tu cuerpo<br />

—dijo agarrándole las dos piernas, una con cada mano, justo por encima<br />

de las rodillas, y separándoselas.<br />

—Ahí ya has hecho tus comprobaciones —dijo Myrna. No le gustaba<br />

que los hombres le chuparan ahí. Casi ninguno lo hacía bien.<br />

Los dedos de Brian peinaron los rizos del pelo púbico.<br />

—¿No te afeitas esta parte<br />

Myrna se sonrojó. Conocía las modas que seguían las chicas, y aunque<br />

ella se recortaba de vez en cuando el pelo del pubis, nunca le daba<br />

formas especiales, de corazón, o a listas, como acostumbraban hacer<br />

las jóvenes.<br />

—Ese vello está ahí por algún motivo —contestó ella adoptando<br />

el tono de la profesora de temas sexuales—. Sirve para conservar los<br />

aromas de la excitación, y además, cada uno de esos cabellos está conectado<br />

con una terminal nerviosa, y sirve así para enviar numerosos<br />

estímulos sensoriales al cerebro durante la cópula.<br />

—¿Cópula —repitió él enarcando una ceja.<br />

Santo Cielo, ¿habría acabado enfriando a Brian con toda esa monserga<br />

cerebral acerca de un deseo tan primario<br />

—Mientras se folla.<br />

—Yo prefiero llamarlo hacer el amor —dijo Brian con una sonrisa—.<br />

Y en cuanto a los olores, tienes toda la razón. —Inspiró profundamente<br />

en la zona—. Desde luego, a mí me ponen caliente.<br />

Las yemas encallecidas de los dedos de Brian encontraron los pliegues<br />

de piel encima del clítoris. Los separó hasta dejar la cúspide hinchada<br />

al descubierto y, utilizando otro dedo, la acarició hasta llevarla<br />

a la culminación en apenas unos segundos. Myrna gritó, los muslos<br />

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