PECADORES - Ediciones B

—Esa piruleta es mía.
Era esa mirada la que hacía que las mujeres notaran que se les
derretía algo entre las piernas. Y a Myrna le ocurrió eso mismo. Para
no perder el equilibrio, se sostuvo en un extremo de la mesa.
Se sacó la piruleta de la boca y se la devolvió a Trey.
—Disculpa.
Trey se la arrebató y se la metió otra vez en la boca, volviendo de
nuevo su atención al papel pautado. Brian se frotó con los nudillos el
punto de la nariz que le habían dejado húmedo, tratando de secárselo.
Myrna deslizó la mirada hacia los ojos marrones de Brian. Éste la miraba,
con los labios entreabiertos.
Myrna se preguntó en qué estaría pensando.
—¿No tienes hambre —le preguntó él.
Desde luego no era lo que ella temía oírle decir en ese momento,
pero en cuanto Brian pronunció esa palabra notó que, en efecto, estaba
hambrienta.
—Muchísima.
—Yo me muero de hambre. Iré a llamar al servicio de habitaciones.
—Le dio un golpecito a Trey en el brazo—. ¿Puedes terminar tú solo
—Sí, ya lo tengo. Lo he tocado diez veces.
Brian besó a Myrna en la sien y se sacó la correa de la guitarra por
encima de la cabeza. Dejó el instrumento apoyado en un pie y salió
del comedor. Sed y Eric salieron detrás de él. Jace seguía tocando
el bajo en una esquina, probando diversos fraseos, hasta que encontró
el que le parecía que encajaba mejor con el riff de Brian.
Cuando el resto del grupo estuvo lo bastante lejos como para que
nadie pudiera oírle, Trey dijo:
—No le destruyas, Myrna. Cuando se derrumba, Brian se da unos
batacazos terribles. Las tías no resisten toda esa intensidad que él desprende,
y el pobre Brian acaba muy jodido.
—No tienes de qué preocuparte. Nos lo hemos pasado bien, simplemente.
Trey le cogió a Myrna el mentón entre el pulgar y el índice:
—No bromeo, Myrna. Si no eres capaz de tomártelo en serio, déjale
en paz ahora mismo.
—¿Cómo voy a tomarme muy en serio a una persona a la que acabo
de conocer
Trey cerró los ojos y sacudió la cabeza.
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